Liberal
Arts (EE.UU., 2012).
Dirección
y guión: Josh Radnor.
Intérpretes:
Josh Radnor, Elizabeth Olsen, Richard Jenkins, Allison Janney, Zach
Effron, Elizabeth Reaser, Kate Burton.
Música
original: Ben Toth.
Fotografía:
Seamus Tierney.
Montaje:
Michael R. Miller.
Idioma:
Inglés.
Duración:
97 minutos.
Madurar
no siempre nos hace más sabios
Entre
temporadas de Cómo conocí a vuestra madre Josh Rednor
saca tiempo para escribir, dirigir, producir y protagonizar sus
propias películas. Con HappyThankYouMorePlease la cosa
le salió bastante apañada, con exceso de azúcar en algún momento,
pero siempre con un algo encantador que la hacía fácilmente
disfrutable.
En
esta nuevo proyecto tira por los mismos derroteros que en su anterior
película, hablando de los procesos de maduración y de la vida en
los 30, pero está vez de una manera mucho más pedante y a la vez
infantiloide.
La
cosa va de un profesor que vuelve a la universidad en la que estudió
para asistir a una cena de despedida en honor a uno de sus antiguos
profesores, con el cual le une una buena amistad. Entre los invitados
al acto en cuestión se encuentra un matrimonio que en un momento
dado presentan a su hija (19 años) al joven profesor (35 años).
Ambos se gustan y mantienen una relación epistolar que acaba en un
nuevo encuentro que les llevará a plantearse si esta relación tiene
algún sentido o si simplemente está mal desde un punto de vista
moral.
La
historia es interesante, cien veces vista, pero interesante. Rednor
cuenta con un reparto de eficacia probada para llevar el barco a buen
puerto; pero se pierde en reflexiones insustanciales, en el mejor de
los casos, y tontorronas en su mayoría. Reflexiones acerca del
arte, la vida y sus diferentes estadios, el amor, etc. La historia
y las relaciones entre personajes resultan cercanas y creíbles, pero
en cuanto comienzan las voces en off o las batallas dialécticas
entre personajes, la película pierde el tono que tan bien le sienta,
intectualizándose de la peor manera. Es como si un idiota
intentase hacerse el listo y se le viese venir a una legua de
distancia. Esa intelectualidad a la película no le queda bien, la
hace parecer una impostora, una película encantadora sobre el amor y
el miedo a madurar que intenta disfrazarse de filosofía de andar por
casa.
Rednor
parece querer parecerse a Woody Allen, pero no tiene ni su acidez ni
su capacidad para mezclar una buena historia con lúcidas reflexiones
acerca de cualquier tema que se le pase por la cabeza. No parece
querer conformarse con ser un nuevo Edward Burns -una copia barata de
Allen-, sino que pretende llevar su cine un paso más allá, sin
renunciar a esa vertiente desenfadada. Por ahora no ha encontrado el
modo adecuado para conseguirlo y, aunque la película hace aguas por
todos lados, lo cierto es que hay que valorarle el esfuerzo, ya que
por lo menos consigue generar una cierta expectación con respecto a
futuros proyectos.
David
Sancho
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