Dirección:
Steven Spielberg.
Intérpretes:
Daniel Day-Lewis, Sally Field, David Strathairn, Joseph
Gordon-Levitt, James Spader, Hal Holbrook, Tommy Lee Jones.
Guión:
Tony Kushner, basado en la novela de Doris
Kearns Goodwins.
Música
original: John Williams.
Fotografía:
Janusz Kaminski.
Montaje:
Michael Kahn.
Idioma:
Inglés.
Duración:
150 minutos.
7/10
Abraham Day-Lewis
Lincoln
depara pocas sorpresas. Tampoco las busca. Es exactamente lo que se
podía esperar. Una rigurosa exposición de acontecimientos
históricos registrados, estudiados y trabajados durante largos
años. Todos aquellos que ha empleado el equipo de la película en
ponerla en marcha pese a tenerla en mente en el pasado. Mil
vicisitudes acaecidas (incluida el afortunado cambio de protagonista)
hasta que el director encontró la forma de enfrentarse a uno de los
personajes de la historia americana que más le ha fascinado desde
que, según confiesa, visitó de niño su famoso monumento en
Washington; y su mirada le inspiró una mezcla de miedo y profundo
respeto. Tiempo hasta que el director halló en el libro en que se
basa -'Team of rivals' (Doris Kearns Goodwins, 2005)- el enfoque
preciso que buscaba. Centrarse exclusivamente en la aprobación de la
famosa decimotercera enmienda de la constitución norteamericana que
abolió definitivamente la esclavitud en el país que ha terminado
por venderse de forma curiosa como el paradigma de la libertad y la
democracia.
Bien
se pudo elegir otro tipo de obra -más cercana al típico biopic-
contando la ascensión de Abraham Lincoln al poder, su elección y
posterior reelección (que dan, desde luego, para otra película) y
su elevación a figura histórica. Pero el proyecto finalmente derivó
en mostrar la obsesión de aquel presidente en sacar adelante su
aspiración política más personal y aquella por la que siempre
se le recordaría; enfrentándose a su propio partido y teniendo que
convencer (o comprar) a algún adversario ideológico, poniéndolo en
paralelo con el desenlace de la guerra civil norteamericana.
Y
es en dicha exposición de hechos donde uno puede encontrar lo mejor
y lo peor de un filme que termina perdiéndose, en ocasiones, en su
propia verborrea; pues no hay apenas respiro para nada que no sea
ese texto diseñado por un inspirado y reconocido Tony Kushner. Un
texto que limita y ata de manos durante gran parte del metraje a
Steven Spielberg; cuya labor se centra, de forma fundamental, en
colocar la cámara allí donde sus actores puedan dar brillo a lo
escrito.
No
es una cinta cómoda. Sin tener una mínima base sobre lo contado (y
eso requiere un repaso a la historia de Estados Unidos) es fácil
perderse, incluso aburrirse, cuando se cae en ciertos círculos
repetitivos sobre la obtención de votos aquí y allá por los
laberintos de la política de aquella época en que transcurre lo
narrado. Aunque, sin embargo, resulta sencillo trasladar los
enfangados vericuetos que vemos al presente más extremo para
imaginar cómo se cierran y cómo se acuerdan muchas de las grandes,
y no tan grandes, decisiones que se toman desde el poder y que pueden
marcar nuestra vida más terrenal.
Pese
a todo lo expuesto no se aburrió, ni se perdió, quien esto firma.
No, porque Lincoln se puede disfrutar desde muchos puntos de
vista. Desde la recreación de una época minuciosamente dibujada,
hasta la majestuosa pero (y eso sí que es complicado) silenciosa
puesta en escena; ya que todo resulta naturalmente realista,
pasando por un reparto inspirado e inspirador en el que destaca un
Daniel Day-Lewis sencillamente abrumador. Dicen que él fue
Lincoln durante todos los días del rodaje, que lo fue delante y
detrás de las cámaras, en el set y fuera del set, que no volvió a
ser Daniel hasta que el director gritó el último “¡corten!”. Y
se nota. Trabajó el posible acento del presidente (de quien no hay
registros de voz) durante meses, y está controlado -lo que no suele
ser muy habitual- a lo largo de todo el metraje. Absorbido por la
personalidad y el talante del personaje. Seguramente hay mil formas
de afrontar un papel y muchas otras sean, tal vez, más
recomendables. En cualquier caso el resultado es el de una de las
mejores composiciones de un personaje real que yo recuerde a lo largo
de mi vida.
Le
acompaña un puñado de nombres ilustres que agrandan la historia y
participan de esos otros momentos más íntimos de la vida de Lincoln
que nos son contados, y que ayudan a interiorizar un poco más la
personalidad de quien da título a todo.
Podíamos
estar -que también- ante un trabajo en exceso protocolario,
académico y correcto; redondeado con una gran labor actoral y un
acertado, aunque demasiado locuaz, guión. Pero estamos ante algo
mucho más grande porque, pese a todas las limitaciones impuestas y
autoimpuestas, la figura de Spielberg es la que maneja la función. Y
no es eso poca cosa. Viendo con detenimiento su desempeño (y
quizá sea ésta película de segundos visionados) volvemos a
presenciar una dirección, de pulso firme, con evidentes rasgos de
talento. Como aquel de la misma votación de la enmienda en la
que no estuvo físicamente el presidente. Un presidente que va siendo
informado del resultado jugando de forma brillante con la imagen, con
cada gesto y con cada plano.
Quiso
Spielberg, eso ha declarado, desaparecer en esta película para que
brillase el conjunto y que su impronta esta vez no fuese evidente.
Pero precisamente narrando otra desaparición, en la muerte de
su protagonista -uno de los magnicidios más recordados de la
historia- es donde emerge la mano magistral de un autor en estado
puro, contando sin mostrar, emocionando sin ser elocuente. Filmando
un desenlace épico con la sencillez de un maestro. Haciendo, una vez
más, visible lo invisible.
Jorge
R.
No hay comentarios:
Publicar un comentario