The Breakfast Club (Estados Unidos, 1985). Dirección y guión: John Hughes. Intérpretes: Molly Ringwald, Emilio Estevez, Judd Nelson, Anthony Michael Hall, Ally Sheedy, Paul Gleason, John Kapelos. Música original: Keith Forsey. Fotografía: Thomas Del Ruth. Montaje: Dede Allen.
Estamos hablando de una película de culto en los Estados Unidos, una de esas películas que marcan una generación y que tienen una notable influencia en gran número de directores y guionistas. Puede que en nuestro país dicha repercusión no fuese tan extrema -aquí si a alguien le hablas de El club de los cinco probablemente lo relacione con los libros infantiles de Enid Blyton-, pero en el otro lado del charco la consideran como una obra fundamental dentro del “cine de instituto” americano de los años ochenta; cuyo máximo exponente es el director John Hughes -genio infravalorado en demasiadas ocasiones-, responsable de algún modo de clásicos como 16 velas, La chica de rosa, Todo en un día, Las vacaciones de una chiflada familia americana o Solo en casa.
El
calado social de esta película en Estados Unidos se puede ver
perfectamente en la gran cantidad de referencias que se le hacen en
distintas películas y series de televisión. Así a bote pronto, me
vienen la cabeza el homenaje que le hicieron en la serie Dawson
crece, donde se llevaba a cabo un episodio con una premisa
idéntica a la de El club de los cinco; o el más reciente
visto en la genial comedia Community, en la que la película
era citada un par de ocasiones ya en el piloto.
La
cinta trata de un grupo de cinco adolescente que son castigados a
pasar un sábado en la biblioteca de su instituto, donde vigilados
por el malvado subdirector tendrán que hacer una redacción sobre
cómo se ven a ellos mismos. El subdirector les deja sin supervisión
y el grupo empieza a interactuar.
Al
principio la presentación de los cinco personajes principales es
esquemática y estereotipada: un deportista, una pija, un
delincuente, un empollón y una especie de loca irresponsable. Una
vez que los personajes empiezan a interactuar y los trapos sucios
salen a relucir, las etiquetas se van disipando y los personajes se
vuelven más complejos.
Habría
que destacar a los actores -todos ellos grandes en los ochenta, y
ahora mismo venidos a menos, o simplemente desaparecidos-. Mención
especial para Emilio Estevez -convertido ahora en director con
pretensiones- y Molly Ringwald, gran icono del cine de instituto
ochentero que rezuma encanto y espontaneidad por los cuatro costados.
Sin
duda los críticos la alabaron por su excelente desarrollo de
personajes, además de su espíritu crítico con respecto al sistema
de enseñanza y a la sociedad en general; pero el gran público la
adoró por la capacidad que tienen esos personajes para que nos
identifiquemos con ellos, y por lo entretenido de su propuesta.
Se
trata de una película aparentemente vacía, con personajes
carismáticos dentro de su patetismo, una banda sonora fácilmente
reconocible y un ritmo creciente; que consigue conjugar esos
elementos perfectamente con su faceta más intelectual. Tampoco es
Ciudadano Kane, para que nos vamos a engañar, pero equilibra ambas
facetas -esparcimiento y contenido- con suma inteligencia, algo muy
difícil de encontrar en un género (por lo general) tan cavernícola
como el de cine de instituto. Pero, por encima de todo, es una cinta
generacional por la que los años pasan de manera estupenda,
conservando todo el encanto que la ha convertido en la película de
culto que es.
David Sancho
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