Streets of Fire (Estados Unidos, 1984). Dirección: Walter Hill. Intérpretes: Michael Paré, Diane Lane, Willem Dafoe, Rick Moranis, Amy Madigan, Robert Townsend, Bill Paxton. Guión: Walter Hill, Larry Gross. Música original: Ry Cooder. Fotografía: Andrew Laszio. Montaje: Freeman A. Davies, Michael Ripps.
Calles de fuego no es una obra maestra, y sin duda no es una de las mejores dentro de su género, pero posee ciertos elementos que la hacen destacar por encima de la media y erigirse como incuestionable película de culto. La explicación de Walter Hill acerca de cómo surgió la idea para hacer la película sirve perfectamente para entender por qué esta película es un icono dentro del cine de acción de los ochenta. Según Hill, quería hacer era una película que reuniera todo lo que él hubiese querido que tuviese una película cuando era un adolescente: coches, rock, persecuciones, motos, chaquetas de cuero, besos bajo la lluvia, etc.
Se
nota que la película está hecha con cariño y libre de todo
prejuicio. Es difícil encontrar películas con un guión tan
malo, con unas situaciones tan absurdas, con una falta tan grande de
pretensiones, y que a la vez sea digna de alabanza.
El
guión es un sinsentido que comienza con el rapto de una estrella del
rock durante un concierto. Es raptada por un grupo de moteros
llamados The Bombers, encabezados por el carismático Raven
(interpretado genialmente por Willem Dafoe). Se trata un concierto
gratuito, en una sala grande y llena hasta la bandera; pero no hay
seguridad, ni nadie que impida a The Bombers raptar a la chica.
Además, nunca se habla del motivo que les lleva a secuestrarla,
nunca piden un rescate o nada parecido, simplemente la tienen atada
en una habitación sin propósito alguno. Entonces, una chica que se
encontraba entre el público decide llamar a su hermano para que vaya
a por la cantante y la libere, dado que habían sido novios en el
pasado. El chico vuelve a la ciudad recién salido del ejército y,
tras llegar a un acuerdo monetario con el manager -y actual novio de
la cantante-, se pone manos a la obra.
Otras
situaciones absurdas se dan a lo largo de la película; como
cuando los protagonistas se cuelan en el autobús de un grupo de
música para huir de la policía, y durante la huida el grupo se pone
a cantar canciones a capela como si de un viaje de fin de curso se
tratase. Tanta incoherencia es perdonada porque estas tonterías,
entre otras muchas cosas, son las que hacen a la película grande.
Uno
de los puntos fuertes de la película es su banda sonora, con la cual
homenajean todo tipo de rock, pero siempre me ha dado la
sensación de que hay un especial cariño por las bandas AOR de los
setenta y ochenta. Y las dos canciones que interpreta el personaje de
Diane Lane me recuerdan mucho a los primeros álbumes de Meat Loaf,
esos en los que hacía esa especie de hard rock operístico. Lo
dicho, la banda sonora es digna de elogio y uno de los puntos fuertes
de la película.
Las
interpretaciones en esta película son mi debilidad personal, siempre
en la fina línea que separa la genialidad del razzie -premio al
que estuvo nominada Diane Lane como peor actriz secundaria-. De entre
todo el reparto destaca sin duda un Willem Dafoe excelente en su
papel de cabecilla de una banda de moteros chungos. Para la historia
queda su indumentaria, más digna de un pescadero glam que de uno de
los chicos malos del barrio.
El
apartado estético es difícil de valorar, ya que sólo dios -y
los que la vieron en su momento y aun lo recuerdan- sabe si la
estética era tan cutre para la época como lo es para los que la
volvemos a ver casi treinta años después de su estreno. Tratan
de extraer elementos del cómic que la hacen parecer aún más cutre,
pero que potencian esa sensación de estar viendo algo que no es
serio. Algo que es para ver y disfrutar -y, en algunos casos,
para quedarse anclada en la memoria como producto atemporal entre lo
kitsch y lo barroco-; una película que nos devuelve a la
adolescencia, incluso si estábamos aún en pañales cuando se
estrenó.
David
Sancho
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