5/10
The Hobbit: The Desolation of Smaug (Estados Unidos-Nueva Zelanda, 2013).
Dirección: Peter Jackson.
Intérpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, Orlando Bloom, Evangeline Lily, Luke Evans.
Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson, Guillermo del Toro; sobre la novela de J. R. R. Tolkien.
Música original: Howard Shore.
Fotografía: Andrew Lesnie.
Montaje: Jabez Olssen.
Duración: 161 minutos.
Idioma: Inglés.
Desolación por hipertorfia
Con motivo del estreno de Un viaje inesperado ya comentábamos uno de los grandes problemas que persiguen a esta trilogía. ¿Cómo puede la adaptación cinematográfica de El Hobbit ocupar el mismo espacio que la de El Señor de los anillos? Es complicado pensar en otras razones que no sean las comerciales cuando uno trata de explicar la equiparación entre dos obras de densidad tan dispar. La desproporción se nota demasiado. En cualquiera de las películas que conforman la trilogía The Lords of the Rings nos queda la sensación de que se dejan cosas en el tintero, al contrario de lo que ocurre con los filmes de El Hobbit. Estirados hasta el límite, y carentes de toda inventiva narrativa, padecen de un gigantismo preocupante.
Un claro ejemplo lo tenemos en el último tercio de La desolación de Smaug. Recordemos que en Un viaje inesperado, entre tantas idas y venidas, se elevaba una secuencia deslumbrante que conseguía verdadera emoción. Peter Jackson logró captar toda la tensión de aquel encuentro entre Bilbo y Gollum, momento clave dentro del universo Tolkien. El equivalente en esta segunda entrega (Bilbo y el dragón) no posee la fuerza de aquella, precisamente por ese alargamiento hasta lo extenuante que acaba por agotar a cualquiera.
También se inventa Jackson una historia de amor interracial con la que poder rellenar más minutos, y que parece otro guiño a la facilidad comercial del producto. El mundo creado por Tolkien prescinde muy claramente de las historias de amor, si acaso relegadas a algún a apéndice. Pero un mundo tan masculino no está bien visto en estos días, y parece que el director se ve obligado a meter un personaje femenino fuerte y "moderno". Aunque resulta curioso que toda la motivación de Tauriel esté en función de su amado, extraña forma de darle voz a la mujer, si es que era eso lo que se pretendía. La mujer guerrera ya se ha convertido en un arquetipo más dentro del cine mainstream, sin que eso suponga -necesariamente- una verdadera puesta en cuestión de los modelos establecidos. Lo que sí garantiza esta presencia es la complicidad fácil del público mayoritario.
Por lo demás Jackson retoma la épica, en detrimento del tono más cómico tan (injustamente) criticado de la anterior entrega. La película se convierte en una sucesión de aventuras que casi no dan respiro. Bien, no negaremos la habilidad con la que está rodada la acción. El problema es que estamos viendo más de lo mismo, pero un poco peor. Entre batallas y viajes, lo más interesante de este universo se encuentra en los conflictos de sus personajes y la complejidad de sus acciones. Y eso es lo que más se echa en falta en La desolación de Smaug. Es cierto que con la aparición de Bardo el film recupera algo de la consistencia perdida por el camino, pero ese tramo final provoca que el film se vuelva a perder en su desmesura.
La desolación de Smaug es un producto que da muy poco más de lo que de él se espera. Habrá quien quede satisfecho con el despliegue técnico y la acción trepidante. Pero, ¿no se cansan de ver lo mismo una y otra vez? ¿Qué necesidad había de montar otra vez este tinglado? ¿Por qué Peter Jackson le tiene tanto miedo a la concreción narrativa? La saga está llegando a ese peligroso momento en el que una película deja de tener personalidad propia para formar parte de una imagen de marca. Sin ningún riesgo artístico. Y a seguir haciendo caja.
The Hobbit: The Desolation of Smaug (Estados Unidos-Nueva Zelanda, 2013).
Dirección: Peter Jackson.
Intérpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, Orlando Bloom, Evangeline Lily, Luke Evans.
Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson, Guillermo del Toro; sobre la novela de J. R. R. Tolkien.
Música original: Howard Shore.
Fotografía: Andrew Lesnie.
Montaje: Jabez Olssen.
Duración: 161 minutos.
Idioma: Inglés.
Desolación por hipertorfia
Con motivo del estreno de Un viaje inesperado ya comentábamos uno de los grandes problemas que persiguen a esta trilogía. ¿Cómo puede la adaptación cinematográfica de El Hobbit ocupar el mismo espacio que la de El Señor de los anillos? Es complicado pensar en otras razones que no sean las comerciales cuando uno trata de explicar la equiparación entre dos obras de densidad tan dispar. La desproporción se nota demasiado. En cualquiera de las películas que conforman la trilogía The Lords of the Rings nos queda la sensación de que se dejan cosas en el tintero, al contrario de lo que ocurre con los filmes de El Hobbit. Estirados hasta el límite, y carentes de toda inventiva narrativa, padecen de un gigantismo preocupante.
Un claro ejemplo lo tenemos en el último tercio de La desolación de Smaug. Recordemos que en Un viaje inesperado, entre tantas idas y venidas, se elevaba una secuencia deslumbrante que conseguía verdadera emoción. Peter Jackson logró captar toda la tensión de aquel encuentro entre Bilbo y Gollum, momento clave dentro del universo Tolkien. El equivalente en esta segunda entrega (Bilbo y el dragón) no posee la fuerza de aquella, precisamente por ese alargamiento hasta lo extenuante que acaba por agotar a cualquiera.
También se inventa Jackson una historia de amor interracial con la que poder rellenar más minutos, y que parece otro guiño a la facilidad comercial del producto. El mundo creado por Tolkien prescinde muy claramente de las historias de amor, si acaso relegadas a algún a apéndice. Pero un mundo tan masculino no está bien visto en estos días, y parece que el director se ve obligado a meter un personaje femenino fuerte y "moderno". Aunque resulta curioso que toda la motivación de Tauriel esté en función de su amado, extraña forma de darle voz a la mujer, si es que era eso lo que se pretendía. La mujer guerrera ya se ha convertido en un arquetipo más dentro del cine mainstream, sin que eso suponga -necesariamente- una verdadera puesta en cuestión de los modelos establecidos. Lo que sí garantiza esta presencia es la complicidad fácil del público mayoritario.
Por lo demás Jackson retoma la épica, en detrimento del tono más cómico tan (injustamente) criticado de la anterior entrega. La película se convierte en una sucesión de aventuras que casi no dan respiro. Bien, no negaremos la habilidad con la que está rodada la acción. El problema es que estamos viendo más de lo mismo, pero un poco peor. Entre batallas y viajes, lo más interesante de este universo se encuentra en los conflictos de sus personajes y la complejidad de sus acciones. Y eso es lo que más se echa en falta en La desolación de Smaug. Es cierto que con la aparición de Bardo el film recupera algo de la consistencia perdida por el camino, pero ese tramo final provoca que el film se vuelva a perder en su desmesura.
La desolación de Smaug es un producto que da muy poco más de lo que de él se espera. Habrá quien quede satisfecho con el despliegue técnico y la acción trepidante. Pero, ¿no se cansan de ver lo mismo una y otra vez? ¿Qué necesidad había de montar otra vez este tinglado? ¿Por qué Peter Jackson le tiene tanto miedo a la concreción narrativa? La saga está llegando a ese peligroso momento en el que una película deja de tener personalidad propia para formar parte de una imagen de marca. Sin ningún riesgo artístico. Y a seguir haciendo caja.
Manuel Barrero Iglesias