Poco nuevo (y más halagador)
se puede decir sobre Sed de mal,
título castellano no muy desatinado para el original, ese 'toque del diablo',
representado por un Welles inmenso (literal y metafóricamente).
Así, que ahí van unas cuantas reflexiones desordenadas y apasionadas sobre una
joya del cine.
Un asesinato en la frontera
mexicana, cuyo preludio está narrado a través de un mítico plano secuencia, es
el punto de partida para adentrarnos en una terrible historia de corrupción,
cuyo actor principal es un capitán de la policía, Hank Quinlan, un torturado
personaje sin escrúpulos. Su némesis, Mike Vargas, es el responsable de la Ley
en el lado mexicano de la frontera, un hombre recto y honrado que, a causa del
suceso, ve interrumpida su luna de miel con su esposa norteamericana. Vargas,
además, está pendiente de testificar contra un mafioso local, Grandi, cuyo
hermano, 'Tío Joe', complicará la vida a la recién casada para presionar a su
marido; para ello, se alía con el mismísimo diablo, Quinlan, quien no duda en
cancelar la alianza de la manera más sangrienta una vez conseguidas sus
pretensiones.
La localización del film no
es baladí, ya que Sed de mal
presenta, entre otras virtudes, una crítica a la discriminación y maltrato de
USA a sus vecinos mexicanos. De hecho, Vargas teme que la bomba que
acaba con la vida de dos norteamericanos ya al otro lado de la frontera haya
sido colocada en el lado mexicano por las consecuencias para su país. Y el
capitán Quinlan, no duda, como en otras ocasiones, en seguir su “intuición” y
culpar de las muertes a un mexicano, echando mano de una ayudita, ese toque del
diablo que consiste en colocar pruebas incriminatorias y que han llevado a la
silla eléctrica a inocentes. Para ello
se sirve de su fiel sargento Menzies, quien, ajeno a todo, encuentra lo que su
jefe suelta en la escena del crimen; él será finalmente quien dé a Vargas lo
que necesita para detener a Quinlan, perdiendo la vida en el intento. Menzies
defiende a su jefe por su tortuoso pasado: su mujer fue asesinada por un
'mestizo' al que no pudo atrapar y que lo abocó al alcohol y, de paso, al
racismo. Pero, entiende lo que le traslada Vargas: que incluso los agentes
honestos abusan de su poder y que las lágrimas deben derramarse por todos
aquellos condenados a causa de las artimañas del corrupto capitán.
Ese es otro matiz importante
de la película: Quinlan se mueve con un poderoso séquito en el que sólo parece
tener cordura el fiscal del distrito, quien se da cuenta de que la
honorabilidad tan cacareada y defendida del capitán de la Policía puede que no
sea tal. Sólo la tenacidad de Vargas para intentar descubrir al
verdadero autor del asesinato, desenmascarar a Quinlan y defender el honor de
su esposa, manchado por falsas acusaciones de consumo de drogas, despierta a
las autoridades del otro lado de la frontera, reacias hasta el final a creer la
palabra de un prestigioso representante de la autoridad... pero mexicano,
frente a un agente, norteamericano, que ha resuelto en 30 años de carrera
múltiples casos.
Pese
a estas reticencias, el malvado acaba acorralado y muerto sin saber que había
resuelto el caso: efectivamente, el asesino era al que su “intuición” había
señalado, no hubiera tenido que usar falsas pruebas para incriminarlo.
Crueldades del destino. Menzies ya no está para llorarlo, muere tras impedirle
que acabe con Vargas; y Tana, la mexicana que lo refugiaba cuando se
alcoholizaba, tampoco se apiada de su alma.
Charlton Heston (en un
alarde de ironía) interpreta al mexicano Vargas, para lo que se sometió a un
tiznado pelín exagerado y no aprendió a pronunciar el castellano:
las pocas líneas que pronuncia en nuestra lengua son apenas comprensibles. Orson Welles está absolutamente
irreconocible, deformado en su gordura, un aspecto más del desagrado que causa
el personaje, que borda. Magníficos los secundarios: Tío Joe Grandi, el
sargento Menzies y Al Schwartz; más caprichosas las apariciones de Zsa Zsa
Gabor (unos segundos en un cabaret) y de Marlene Dietrich, aunque esta última,
bellísima, ilumina la pantalla cuando aparece.
Para terminar, mención
especial para la estupenda Janet Leigh, la esposa de Vargas, quien, lejos de
amilanarse por la situación que le toca sufrir, se revela como una mujer de
armas tomar. Y es que llama la atención que dos años
antes de protagonizar la película que la lanzaría a la fama a manos de otro
genio, Orson Welles, en 'Sed de mal', la metiera en un tenebroso y solitario
motel a cargo de un recepcionista desequilibrado a vivir una auténtica
pesadilla. ¿Les suena?
Isabella Della Sicilia
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