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miércoles, 26 de diciembre de 2012

Sed de mal

Touch of Evil (USA, 1958). Dirección y guión: Orson Welles, sobre la novela de With Masterson. Intérpretes: Charlton Heston, Orson Welles, Janet Leigh, Joseph Calleja, Akim Tamiroff. Música original: Henry Mancini. Fotografía: Russell Metti. Montaje: Aaron Stell, Virgin W. Vogel. Montaje 1998: Walter Murch.

Que la cinematografía estadounidense es en ocasiones muy injusta con sus genios (propios o importados) es una realidad que muchos damnificados podrían suscribir, empezando por Billy Wilder. En 1957, Orson Welles concluyó el montaje de Sed de mal, pero la Universal creyó que podía ser mejorada (¿!) y no sólo la 'rehizo', sino que incluyó escenas adicionales. Ante tal engendro, su creador escribió un sentido documento pidiendo respeto para su criatura y aportando nuevos cambios sobre el montaje final; el ruego fue atendido... en 1998.

Poco nuevo (y más halagador) se puede decir sobre Sed de mal, título castellano no muy desatinado para el original, ese 'toque del diablo', representado por un Welles inmenso (literal y metafóricamente). Así, que ahí van unas cuantas reflexiones desordenadas y apasionadas sobre una joya del cine.

Un asesinato en la frontera mexicana, cuyo preludio está narrado a través de un mítico plano secuencia, es el punto de partida para adentrarnos en una terrible historia de corrupción, cuyo actor principal es un capitán de la policía, Hank Quinlan, un torturado personaje sin escrúpulos. Su némesis, Mike Vargas, es el responsable de la Ley en el lado mexicano de la frontera, un hombre recto y honrado que, a causa del suceso, ve interrumpida su luna de miel con su esposa norteamericana. Vargas, además, está pendiente de testificar contra un mafioso local, Grandi, cuyo hermano, 'Tío Joe', complicará la vida a la recién casada para presionar a su marido; para ello, se alía con el mismísimo diablo, Quinlan, quien no duda en cancelar la alianza de la manera más sangrienta una vez conseguidas sus pretensiones.
La localización del film no es baladí, ya que Sed de mal presenta, entre otras virtudes, una crítica a la discriminación y maltrato de USA a sus vecinos mexicanos. De hecho, Vargas teme que la bomba que acaba con la vida de dos norteamericanos ya al otro lado de la frontera haya sido colocada en el lado mexicano por las consecuencias para su país. Y el capitán Quinlan, no duda, como en otras ocasiones, en seguir su “intuición” y culpar de las muertes a un mexicano, echando mano de una ayudita, ese toque del diablo que consiste en colocar pruebas incriminatorias y que han llevado a la silla eléctrica a inocentes.  Para ello se sirve de su fiel sargento Menzies, quien, ajeno a todo, encuentra lo que su jefe suelta en la escena del crimen; él será finalmente quien dé a Vargas lo que necesita para detener a Quinlan, perdiendo la vida en el intento. Menzies defiende a su jefe por su tortuoso pasado: su mujer fue asesinada por un 'mestizo' al que no pudo atrapar y que lo abocó al alcohol y, de paso, al racismo. Pero, entiende lo que le traslada Vargas: que incluso los agentes honestos abusan de su poder y que las lágrimas deben derramarse por todos aquellos condenados a causa de las artimañas del corrupto capitán. 

Ese es otro matiz importante de la película: Quinlan se mueve con un poderoso séquito en el que sólo parece tener cordura el fiscal del distrito, quien se da cuenta de que la honorabilidad tan cacareada y defendida del capitán de la Policía puede que no sea tal. Sólo la tenacidad de Vargas para intentar descubrir al verdadero autor del asesinato, desenmascarar a Quinlan y defender el honor de su esposa, manchado por falsas acusaciones de consumo de drogas, despierta a las autoridades del otro lado de la frontera, reacias hasta el final a creer la palabra de un prestigioso representante de la autoridad... pero mexicano, frente a un agente, norteamericano, que ha resuelto en 30 años de carrera múltiples casos.

Pese a estas reticencias, el malvado acaba acorralado y muerto sin saber que había resuelto el caso: efectivamente, el asesino era al que su “intuición” había señalado, no hubiera tenido que usar falsas pruebas para incriminarlo. Crueldades del destino. Menzies ya no está para llorarlo, muere tras impedirle que acabe con Vargas; y Tana, la mexicana que lo refugiaba cuando se alcoholizaba, tampoco se apiada de su alma.

Charlton Heston (en un alarde de ironía) interpreta al mexicano Vargas, para lo que se sometió a un tiznado pelín exagerado y no aprendió a pronunciar el castellano: las pocas líneas que pronuncia en nuestra lengua son apenas comprensibles. Orson Welles está absolutamente irreconocible, deformado en su gordura, un aspecto más del desagrado que causa el personaje, que borda. Magníficos los secundarios: Tío Joe Grandi, el sargento Menzies y Al Schwartz; más caprichosas las apariciones de Zsa Zsa Gabor (unos segundos en un cabaret) y de Marlene Dietrich, aunque esta última, bellísima, ilumina la pantalla cuando aparece. 

Para terminar, mención especial para la estupenda Janet Leigh, la esposa de Vargas, quien, lejos de amilanarse por la situación que le toca sufrir, se revela como una mujer de armas tomar. Y es que llama la atención que dos años antes de protagonizar la película que la lanzaría a la fama a manos de otro genio, Orson Welles, en 'Sed de mal', la metiera en un tenebroso y solitario motel a cargo de un recepcionista desequilibrado a vivir una auténtica pesadilla. ¿Les suena?

Isabella Della Sicilia

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