Dirección:
Ang Lee.
Intérpretes:
Suraj Sharma, Irrfan Khan, Gita Patel, Rafe Spall, Gérard Depardieu.
Guión:
David Magee, sobre la novela de Yann Martel.
Música
original:
Mychael Danna.
Fotografía:
Claudio Miranda.
Montaje:
Tim
Squyres.
Idioma:
Inglés, tamil, francés.
Duración:
127 minutos.
4/10
Pi,
fe en Dios
Es
curioso. Uno lee las alabanzas que recibe este trabajo, y todas se
concentran en un tramo determinado. Y casi todas coinciden en señalar
que lo que sucede fuera del mar tiene mucho menos interés. Es cierto
que el segmento en cuestión ocupa buena parte del grueso del film;
pero tampoco debemos obviar que ese “resto” es el que hace que
esta película sea, por momentos, irritante. Tras las cámaras, Ang
Lee, excelente director que lo mismo sirve para un roto que para un
descosido. Su capacidad está fuera de toda duda. Su valor para
asumir riesgos, también. Y no ha dudado en hincarle el diente a un
material que empezaba a dar más vueltas de la cuenta.
A
uno le queda la sensación de que esta moda por la India no es más
que eso: una moda. El exotismo hindú atrae a Occidente, cuya
aproximación a la región está siempre cargada de buen rollo y
colorines. Slumdog Millonaire o El exótico Hotel
Marigold son otras muestras de cine mainstrean que obvian (o
camuflan) las miserias del país asiático. Algo que también ocurre
en La vida de Pi, que además tiene un acercamiento new age a
lo religioso que da hasta grima.
Vamos
con aquello que tanto ha deslumbrado. Ese despliegue visual que
tanta admiración despierta. Si les digo la verdad, a mí me
recordó a aquel otro mundo de The Lovely Bones,
aquella película claramente fallida de Peter Jackson. El océano
se convierte en un escenario irreal, lleno colorines (otra vez) y de
“magia”. Eso sí, todo esto concuerda muy bien con el espíritu
de fábula amable que tiene la película. Pero queda bastante
lejos de ser un punto de inflexión en el uso de los efectos
especiales, un antes y un después en el uso del 3D, o cualquier otra
de las exageraciones que se han podido leer.
Es
más, su uso me parece un reclamo más para atrapar con mayor
fuerza todavía al público ávido de ese ambiente new age del que
hablábamos. Si algo me interesa de La vida de Pi
es es la relación entre los dos protagonistas. Joven y tigre. Ser
humano y naturaleza salvaje. Es ahí donde la película demuestra más
honestidad. Y, de hecho, ese animal llamado Richard Parker es el
personaje mejor construido de la película. Claro y directo. Y sin la más mínima intentona de humanizarlo.
La
cruda lucha por la supervivencia. El crecimiento personal. Pero
todo está tan “espiritualizado” que le acaba dando a la historia
un insoportable tono pastel. Aún así, hay momentos en los
que se escapa algo de la crudeza necesaria, y es entonces cuando uno
parece que está viendo algo de verdad. Mi momento favorito es
esa llegada a tierra firme, momento conmovedor a la vez que crudo.
Con toda su sencillez.
Pero
vuelve el epílogo con sus explicaciones que sobran, y con la
insistencia de la idea de dios y demás zarandajas. Para entonces, yo
ya había desistido. Una película ideal para aquellos que
necesitan creer en algo superior de forma imperiosa. O para aquellos
que se dejan deslumbrar con facilidad por bellos trucos visuales.
Manuel
Barrero Iglesias
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