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miércoles, 5 de diciembre de 2012

La vida de Pi


Life of Pi (USA, 2012).
Dirección: Ang Lee.
Intérpretes: Suraj Sharma, Irrfan Khan, Gita Patel, Rafe Spall, Gérard Depardieu.
Guión: David Magee, sobre la novela de Yann Martel.
Música original: Mychael Danna.
Fotografía: Claudio Miranda.
Montaje: Tim Squyres.
Idioma: Inglés, tamil, francés.
Duración: 127 minutos.




4/10

Pi, fe en Dios

Es curioso. Uno lee las alabanzas que recibe este trabajo, y todas se concentran en un tramo determinado. Y casi todas coinciden en señalar que lo que sucede fuera del mar tiene mucho menos interés. Es cierto que el segmento en cuestión ocupa buena parte del grueso del film; pero tampoco debemos obviar que ese “resto” es el que hace que esta película sea, por momentos, irritante. Tras las cámaras, Ang Lee, excelente director que lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Su capacidad está fuera de toda duda. Su valor para asumir riesgos, también. Y no ha dudado en hincarle el diente a un material que empezaba a dar más vueltas de la cuenta.

A uno le queda la sensación de que esta moda por la India no es más que eso: una moda. El exotismo hindú atrae a Occidente, cuya aproximación a la región está siempre cargada de buen rollo y colorines. Slumdog Millonaire o El exótico Hotel Marigold son otras muestras de cine mainstrean que obvian (o camuflan) las miserias del país asiático. Algo que también ocurre en La vida de Pi, que además tiene un acercamiento new age a lo religioso que da hasta grima.

Vamos con aquello que tanto ha deslumbrado. Ese despliegue visual que tanta admiración despierta. Si les digo la verdad, a mí me recordó a aquel otro mundo de The Lovely Bones, aquella película claramente fallida de Peter Jackson. El océano se convierte en un escenario irreal, lleno colorines (otra vez) y de “magia”. Eso sí, todo esto concuerda muy bien con el espíritu de fábula amable que tiene la película. Pero queda bastante lejos de ser un punto de inflexión en el uso de los efectos especiales, un antes y un después en el uso del 3D, o cualquier otra de las exageraciones que se han podido leer.

Es más, su uso me parece un reclamo más para atrapar con mayor fuerza todavía al público ávido de ese ambiente new age del que hablábamos. Si algo me interesa de La vida de Pi es es la relación entre los dos protagonistas. Joven y tigre. Ser humano y naturaleza salvaje. Es ahí donde la película demuestra más honestidad. Y, de hecho, ese animal llamado Richard Parker es el personaje mejor construido de la película. Claro y directo. Y sin la más mínima intentona de humanizarlo. 

La cruda lucha por la supervivencia. El crecimiento personal. Pero todo está tan “espiritualizado” que le acaba dando a la historia un insoportable tono pastel. Aún así, hay momentos en los que se escapa algo de la crudeza necesaria, y es entonces cuando uno parece que está viendo algo de verdad. Mi momento favorito es esa llegada a tierra firme, momento conmovedor a la vez que crudo. Con toda su sencillez.

Pero vuelve el epílogo con sus explicaciones que sobran, y con la insistencia de la idea de dios y demás zarandajas. Para entonces, yo ya había desistido. Una película ideal para aquellos que necesitan creer en algo superior de forma imperiosa. O para aquellos que se dejan deslumbrar con facilidad por bellos trucos visuales.


Manuel Barrero Iglesias



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