The
Incredible Shrinking Man
(USA, 1957). Dirección:
Jack Arnold. Intérpretes:
Grant Williams, Randy Stuart, April Kent. Paul Langton, Raymond
Bailey. Guión:
Richar Matheson, basado en su novela.
Fotografía:
Ellis W. Carter. Montaje:
Albrecht Joseph.
El apogeo que vive el cine apocalíptico en los últimos quince años no es difícil de explicar. Entre los motivos, la presencia de un par de fechas simbólicas. La fiebre por el cambio de milenio ha tenido continuidad gracias a la supuesta profecía maya. Pero hay mucho más allá, aparte de lo anecdótico de las fechas. La creciente sensación de agotamiento de los recursos naturales y la propia conciencia autodestructiva (aunque haya quien no quiera verlo), influye de forma decisiva en una visión pesimista/catastrofista del ser humano. No es la primera vez que el cine refleja un miedo colectivo de forma tan masiva. En la década de los 50 (también los 60) ocurrió algo parecido, siempre con los matices de la época.
Entonces,
también pesaba el temor a lo desconocido, así proliferaron los
filmes de invasiones alienígenas. Pero ya latía el miedo a la
propia especie. Recordemos que el mundo acababa de pasar por el
trauma de dos devastadoras guerras mundiales, y que comenzaba esa
absurda escalada llamada Guerra Fría. La gente vivía atemorizada
por la capacidad destructiva del ser humano.
Incluso los filmes protagonizados por extraterrestres hostiles tenían
esa doble lectura del miedo al extraño (pero al extranjero
terrícola). Tras los liberadores 70-80 volvemos a vivir ahora otra
época de pesimismo. Y es que la sensación de que acabaremos con
nosotros mismos nunca ha dejado de flotar en el ambiente.
Pero
volvamos a los cincuenta. La época en la que nació el género de
ciencia-ficción como tal, con una serie de películas (casi todas
instaladas en la serie B) que nos hablaban sobre todo tipo de de
peligros y catástrofes. Por mencionar algunos de esos títulos:
Cohete K-1
(Kurt Neumann, 1950), Ultimátum
a La Tierra
(Robert Wise, 1951), La
guerra de los mundos
(Byron Haskin, 1953), Llegó
del más allá
(Jack Arnold, 1953), La
mujer y el monstruo
(Jack Arnold, 1954), La
humanidad en peligro
(Gordon Douglas, 1954), Tarántula
(Jack Arnold, 1955), La
invasión de los ladrones de cuerpos
(Don Siegel, 1956), o Plan
9 From Outer Space (Edward
D. Wood Jr., 1956).
Dentro
de la gran variedad de directores que se acercaron al género,
podemos ver como se repite el nombre de Jack
Arnold, el
autor más representativo de la época en lo que a ciencia-ficción
se refiere. Invasiones extraterrestres, seres mutados por
radiaciones…Arnold tocó prácticamente de todo. El
increíble hombre menguante
estaría dentro de la tendencia que mostraba la energía nuclear como
un gran peligro para el ser humano.
La variación con respecto a otros trabajos es que la mutación no la
sufren animales que se vuelven monstruosos. En esta ocasión es el
propio humano el que padece las consecuencias de las radiaciones.
Como
indica el mismo título, el protagonista sufre una reacción por la
que su cuerpo se va reduciendo cada vez más. En
menos de hora y media Arnold atrapa la esencia del film, en un
soberbio trabajo de síntesis, combinando la trepidante aventura con
la hondura reflexiva. Ya
la primera secuencia resulta magistral en su sencillez.
En tres minutos al director le da tiempo a provocar inquietud en el
espectador (al que atrapa para no volverlo a soltar), y usar la
casualidad de forma muy hábil, además de mostrarnos la complicidad
de la pareja feliz.
Arnold
no se anda con tonterías y da paso a una elipsis que nos lleva
directamente al día en el que Scott empieza a notar los primeros
síntomas. En
esta primera mitad la película juega muy bien las bazas de la
perplejidad y la frustración.
La tensión interna domina a un hombre que se ve superado, incapaz de
llevar una vida normal. Teniendo que renunciar al trabajo, a la vida
social…e incluso a su pareja. El deterioro de su matrimonio no es
fruto de la falta de amor; sino de una circunstancia excepcional, un
potente aniquilador que va destruyendo la confianza de nuestro
protagonista. De la noche a la mañana, pasar a ser visto como un
monstruo de feria, no debe ser nada fácil.
En
un punto determinado, hay un par circunstancias de dan algo de
esperanza a Scott, un pequeño respiro que solo sirve para coger aire
antes de que el film se lance a la gran odisea. Si
todo lo anterior sirve como preciso planteamiento de conflictos, esta
segunda mitad se alza con una fuerza inusitada, casi como otra
película distinta.
Dado por muerto por sus seres queridos, Scott queda atrapado en el
sótano de su casa. Su tamaño es tan diminuto que no puede subir las
escaleras, o un alfiler le puede servir de espada. A partir de
entonces, lo único que queda es la supervivencia, pura y dura.
Encontrar agua y comida en un territorio árido, sortear los peligros
de un mundo que no está hecho a su escala. Y lidiar con la propia
soledad, sin poder contactar con los que eran sus semejantes, a pesar
de tenerlos al lado (magnífica secuencia la de la inundación).
No
podemos dejar de destacar unos maravillosos efectos especiales por
los que apenas ha pasado el tiempo.
Uno ve la película en la actualidad y prácticamente todas las
secuencias tienen una credibilidad asombrosa. Los
trucajes son maravillosos, y el juego con las escalas de los objetos
le da mucha vida al film.
Hasta las luchas con animales como el gato o la araña poseen un
inusitado realismo. No olvidemos nunca que hablamos de un film de
serie B, que no se movía precisamente en grandes presupuestos.
Pero
más allá del ejemplar uso de la técnica, o de lo bien creada que
está la tensión, El
increíble hombre menguante
nos toca especialmente por sus intenciones de ir más allá, por la
reflexión sobre la naturaleza humana.
Una obra
sobre la insignificancia del hombre dentro de la inmensidad del
Universo.
Por cierto, Arnold utiliza con sapiencia un arma tan peligrosa como
la voz en off. Es la única forma que tenemos de saber qué piensa
Scott en la parte final del film, pero el autor ya la introduce desde
el primer segundo, incluso haciendo una pequeña broma con la tercera
persona. Su habilidad es decisiva para que nunca resulte cansina
dentro del estupendo guión firmado por Richard Matheson, quien
adapta su propia novela.
A
nivel más básico, la película narra una aventura en la que un
hombre de vida acomodada queda despojado de todo, para volver a lo
más primario.
La lucha por sobrevivir, y el despojarse de todo lo accesorio del
mundo que hemos creado. También
podemos verla como una parábola sobre lo complicado que es aceptar
al distinto, y mucho más si el distinto es uno mismo.
Pero, sobre todo, estamos
ante una advertencia sobre los peligros de la grandilocuencia humana.
Darse más importancia de la que realmente se tiene, puede llevar a
la especie a la propia destrucción. Y es que no se puede jugar a ser
Dios cuando solo se es una insignificante mota de polvo dentro de
todo el Universo.
Manuel
Barrero Iglesias
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