The
Phantom of the Opera (USA, 1925). Dirección: Rupert
Juilan. Intérpretes: Lon Chaney, Mary Philbin, Norman Kerry,
Arthur Edmund Carewe, Gigson Gowland.
Hablar de esta película es hablar, ineludiblemente, de uno de los más grandes actores del cine en su etapa muda: El gran Lon Chaney, conocido como 'El hombre de las mil caras' por su camaleónica habilidad para transformarse en los más diversos y complicados personajes. Y El Fantasma de Ópera quizás sea el culmen de sus creaciones. Ya dos años antes había mostrado de lo que era capaz en El jorobado de Notre Dame, que había rodado también para Universal. Sin duda, son los dos roles por los que más se recuerda a Chaney, cuyo trabajo pretendía atrapar la esencia de ambos. Personajes desfigurados, escondidos del mundo por miedo al rechazo. Al actor siempre le interesó mostrar el lado humano, ese lado que despertara la simpatía ante un público que pudiera ponerse en el lugar de estos desdichados.
Efectivamente,
tanto la novela de Victor Hugo (de 1831) como la de Gastón Leroux
(de 1909) se ocupan del freak, para darle voz y visibilidad. En
épocas en las que la sensibilidad hacia el diferente aún no había
despertado del todo, ambos libros trataban sobre la injusticia que la
crueldad del mundo ejercía sobre ellos. Eso sí, hay una diferencia
básica entre Quasimodo y Erik. El jorobado es bondadoso y de corto
recorrido intelectual. Su buen corazón está fuera de toda duda, y
la complicidad con el público está más que garantizada desde el
principio. Más, si tenemos en cuenta la contraposición de un
villano como Frollo. Por su parte, el fantasma es un personaje
mucho más complejo, en el que los límites entre el bien y el mal no
son tan claros. Atormentado e intelectualmente brillante, Erik es
consciente de su propia desgracia. Lo apasionante de su carácter
está en las múltiples facetas que desarrolla. Desde la más fría
crueldad hasta el amor devoto. Tanto en la novela, como en el trabajo
de Chaney siempre queda clara la intención de humanizarlo y
conseguir entender su comportamiento.
La
película, como otras tantas que acabaron siendo míticas, tuvo un
rodaje de lo más accidentado. Siempre se comenta las enormes
diferencias que el director Rupert Julian mantenía con
prácticamente el resto del equipo. Hasta tal punto que él y
Chaney estuvieron gran parte del rodaje sin dirigirse la palabra.
Parece que al director no le gustaba demasiado la libertad creativa
con la que el actor afrontaba su trabajo. Incluso se comenta que
Norman Kerry (actor que interpreta a Raoul) llegó, montado a
caballo, a atropellar al realizador. Y no parece que fuera de forma
involuntaria. El caso es que el pase previo del film resulta un
absoluto fracaso, así que el productor decide contratar a Edward
Sedgwick, quien rueda bastante material nuevo, incluyendo un
final diferente (que es el que permanecería en la versión
definitiva). Otro preestreno, y otro fiasco. Sedgwick abandona, y del
nuevo montaje se encargan Maurice Pivar y Lois Weber,
en la que ya sería la versión que finalmente ha sobrevivido.
A
pesar de todas la incongruencias que podemos encontrar dentro de este
caos, el valor cinematográfico del film es indiscutible. Y tenemos
que volver a Lon Chaney, que también ejerció como director no
acreditado. A él se le atribuye la realización de una de las
secuencias más turbadoras del film. Nos referimos al momento en
el que Christine descubre lo que se esconde tras la máscara. Después
de media película con el rostro oculto, contemplamos el terrorífico
semblante de Erik. Espectacular trabajo de maquillaje (realizado
también por el mismo Chaney) para dar esa apariencia fantasmagórica,
casi cadavérica. Aún hoy día impresiona esa imagen, así que
es fácil imaginar la reacción del público en una época en la que
el cine daba sus primeros pasos.
Y
es que El fantasma de la ópera tiene el honor de
ser uno de los primeros clásicos de terror de la historia del cine.
Y muy posiblemente, el primero realizado en un gran estudio de
Hollywood. Es notoria la influencia del expresionismo alemán, con
ese inquietante uso de las sombras. En este sentido, me gustaría
destacar las primeras apariciones del fantasma, inquietante sombra
amenazadora en los primeros minutos del film. Ya entonces se
demuestra lo efectivo que es lo que 'no mostrado' a la hora de crear
tensión. Otra imagen turbadora aparece ya en la parte final, con
un cuerpo colgado en las bambalinas del teatro. Una vez más, solo
vemos la sombra del cadáver, provocando aún mayor angustia en el
espectador que si lo mostraran de forma explícita.
No
hay duda de que la atmósfera es uno de los puntos fuertes del
film. Otro ejemplo es el baile de máscaras, una secuencia rodada
en color, y que hace destacar aún más el espeluznante disfraz rojo
carmesí del fantasma. Tras el baile, vuelta al blanco y negro,
momento en el que Erik observa desde las alturas la traición de su
amada. Lon Chaney es capaz de reflejar todo el patetismo de un
personaje desgarrado por el dolor. Y es que aparte de su brutal
labor con el maquillaje, el actor trabajaba a conciencia la
expresividad corporal. Al ser hijo de padres sordos, es algo que
vivió desde siempre. Solo hay que fijarse en el trabajo que realiza
antes de descubrir su rostro, lo que es capaz de transmitir con la
mirada, la sutil interpretación de aquel que debe expresar mucho sin
palabras. Obviamente, algo que debían hacer todos los actores de la
época, pero en lo que Chaney era un auténtico maestro.
Decíamos
que el constante trajín que sufrió el film, le costó alguna que
otra incongruencia. La más chocante tiene que ver con el
personaje encarnado por Arthur Edmund Carewe. Originalmente era
'el persa', y como tal va caracterizado, aunque el montaje final lo
transforma en agente secreto de la policía francesa, lo cual choca
bastante con su apariencia. También es extraña la introducción
de una secuencia cómica en este tenebroso mundo, la cual
suponemos fue rodada por Sedgwick, habitual director de los filmes de
Buster Keaton. No se indaga demasiado en el pasado del fantasma, cuya
apasionante historia queda marginada en el film. Tampoco el final
subraya el romanticismo de la novela, optando por un desenlace más
en la línea de Frankenstein, con turba dispuesta al
linchamiento.
Para
terminar de agrandar la leyenda caótica de la cinta, dos años
después de su estreno llega el sonido al cine, y Universal decide
sonorizarla. El problema fue que Chaney se negó a retomar el papel,
lo que frustró el intento. Todo el material nuevo que se rodó anda
perdido no se sabe muy bien dónde. Y a pesar de todo esto, Carl
Laemmle consiguió un gran éxito de público con un film que se
empeñó en hacer desde que leyó la novela. Una película que ha
pasado a la historia como uno de los primeros hitos del terror, y que
es uno de los más antiguos ejemplos de eso que llaman milagro del
cine.
Manuel Barrero Iglesias
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