Dirección:
Ken Loach.
Intérpretes:
Paul Brannigan, John Henshaw, Gary Maitland, Jasmin Riggins, William
Ruane, Roger Allam.
Guión:
Paul Laverty.
Música
original: George Fenton.
Fotografía:
Robbie Ryan
Montaje:
Jonathan Morris.
Idioma:
Inglés.
Duración:
101 minutos.
5/10
Loach
se enternece
Parece
que la edad está suavizando el cine de Loach, que recurre cada vez
con más frecuencia al retrato amable, e incluso a la comedia, para
seguir con su lucha social. Paul Laverty, guionista con el que
colabora desde La canción de Carla (1996), es otro factor que
se antoja fundamental en esta evolución. Es cierto que no han dejado
de lado los dramas devastadores (El viento que agita la cebada,
En un mundo libre...), pero películas como Sólo un beso
(2004) o Buscando a Eric (2009) seguramente sean las más
“blandas” de su carrera.
Aquí
incluiríamos también La parte de los ángeles; a la que
podemos etiquetar, sin temor a equivocarnos, como la típica comedia
social británica. Es evidente que Loach nunca va a abandonar su
lucha social, pero sí que empieza a darle la espalda a la
desesperanza, para abrazar los finales felices. Recordemos cómo
acababa Buscando a Eric, algo que aquí es todavía más
evidente.
El
personaje principal vuelve a ser el arquetipo lavertyloachniano:
un pobre diablo que intenta salir de la espiral destructiva en la que
anda inmerso, pero al que las circunstancias le empujan una y otra
vez al desastre. En esta ocasión, el autor se decanta por un
canto a la esperanza de la reinserción. El pesimismo agotador con el
que solía cerrar sus obras desaparece, y Robbie tiene esa opción
de recuperarse gracias al apoyo de su pareja y al hijo que acaba de
tener. Eso sí, con buen criterio, Loach mantiene en segundo plano
esta historia; a pesar de que últimamente las cuitas sentimentales
han ocupado bastante espacio en los filmes del británico.
Es
ese tutor de servicios a la comunidad es quien da el empujón
definitivo para cambiar la vida del protagonista. Ahí está la
importancia de no prejuzgar, de dar un voto de confianza, incluso al
desconocido. A aquel que parece desahuciado. Por cierto, otra vez
magnífico trabajo de un John Henshaw que ya nos regaló una
memorable creación en Buscando a Eric. Y hay un elemento más
que resulta decisivo para la recuperación del protagonista.
Paradojas
de la vida, es el amor por el whisky la que acaba rescatando
totalmente a Robbie. La importancia de tener una pasión como
motor vital. Y es curioso que en esta ocasión sea una bebida
alcohólica, factor que en este tipo de filmes suele ser una
dificultad que ayuda a destrozar vidas (véase Mi nombre es
Joe). Es de agradecer esta visión positiva de la bebida como
placer que acerca a la élite a un excluido social.
Sin
embargo, Loach patina en el tramo final de su obra. Una aventura
bufonesca que remite a la extensa tradición del cine de atracos
perpetrados por grupos de patanes. Los minutos más puramente
cómicos no funcionan del todo, en un género que se le sigue
resistiendo a Loach, que sin embargo acierta cuando suministra las
pinceladas cómicas en pequeñas dosis en el resto del film.
Como
suele ser habitual, las costuras del guión son visibles en más
ocasiones de las deseables. Y los subrayados innecesarios se
presentan en forma de pesada losa que aplasta la credibilidad de la
obra. Vicios habituales que se hacen notar demasiado en La
parte de los ángeles; película que, por otra parte, destila
una innegable simpatía. Y que, como siempre, tiene un estupendo
personaje principal, construido con mucho cariño y esmero.
Manuel Barrero Iglesias
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