Dirección y guión: Andrew Dominik.
Intérpretes:Brad Pitt, Richard Jenkins,
James Gandolfini, Sam Shepard, Ray Liotta, Scott McNairy, Trevor Long, Max
Casella, Vincent Curatola..
Fotografía: Greg Fraser.
Montaje: John Paul Horstmann y Brian A.
Kates.
Idioma: Inglés.
Duración: 104 minutos.
8/10
Matarlos los matan, pero no
suavemente
El esperadísimo regreso de
Andrew Dominik ha tardado en llegar. Cinco años desde que estrenase uno de los
westerns más interesantes de los últimos tiempos, El asesinato de Jessie James
por el cobarde Robert Ford. Y lo hace a lo grande, con un thriller violento y
desasosegante que le confirma definitivamente como un director a seguir, o por
lo menos para aquellos que disfruten de su estilo. Para los que no, esta será
otra tediosa y pretenciosa película con la que echarse una buena siesta.
No se trata de un thriller
al uso, o cine negro/mafioso que se pueda considerar de género; es más bien
todo eso junto y mezclado con una ligera disertación acerca de los tiempos que
corren en los países capitalistas -especialmente en Estados Unidos-, mostrando
la degradación moral que se produce cuando lo único que importa es el dinero. A
todo ello hay que unir altas dosis de un humor ligeramente tarantiniano y una
puesta en escena arrolladora.
La narración es lenta y
precisa, las escenas se desarrollan con pausa, dominadas por unos diálogos
excepcionales que atrapan al espectador gracias a la ausencia de música y unos
actores absolutamente increíbles, desde el primero hasta el último.
Brad Pitt borda su papel de
asesino a sueldo tranquilo, educado y despiadado; James Gandolfini crea un
personaje fascinante que es una especie de Tony Soprano en horas bajas y pasadísimo
de rosca; Richard Jenkins está perfecto
como empresario cobarde y malicioso; Sam Shepard aparece un par de minutos,
pero su escena permanece en la memoria durante mucho tiempo por su elegancia y
saber hacer; Ray Liotta -grande cuando quiere- aquí está muy grande, tan grande
como lo estaba en Uno de los nuestros; Scott McNairy demuestra el gran futuro
que tiene con otra notable actuación tras las no menos excelentes en Monsters y
Buscando un beso a medianoche.
Posiblemente el punto fuerte
de la película -lo que uno recordará a buen seguro días después de haberla
visto- son las escenas de acción, por llamarlas de alguna manera. Dominik saca
toda la artillería y nos deja extasiados con unas dosis de violencia cruda
difíciles de asimilar. La escena en la que un par de matones infligen un
castigo al personaje de Ray Liotta, es de las que duelen sólo con mirarlas, de
las que hacen que te cueste mantener la mirada fija en la pantalla por su
crudeza, de las que hacen que a los chavales no les entren ganas de salir a la calle
y pegarse con sus colegas. Más bien una de esas escenas que muestran lo
desagradable y dolorosa que es la violencia, nada que ver con el cine de acción
al uso.
La historia no es nada del
otro mundo, es una trama sencilla sobre robos, castigos y venganzas que se
enriquece gracias a una ligera crítica político-social culminada con un genial discurso
lapidario del personaje de Brad Pitt al final de la cinta. Pero aun tratándose
de una historia sencilla, Dominik consigue dotarla de peso gracias a los
diálogos y a la puesta en escena.
Digamos que se trata de una
película excepcional para aquellos que consigan meterse en la película, para
aquellos que disfruten con películas de ritmo pausado que de vez en cuando te
pegan una de esas hostias en toda la cara de las que te cuesta recuperarte. El
problema es que para aquellos que no lleguen a disfrutarla, la cosa puede
hacerse larga y tediosa como la que más. Si eres de los primeros, ve a verla
ya. Si no, ahórrate el mal trago.
David Sancho
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