Dirección:
Thierry Binisti.
Intérpretes:
Agathe Bonizter, Mahmud Shalaby, Hiam Abbas, Riff Cohen, Abraham
Belaga.
Guión:
Thierry Binisti, Valérie Zenatti; sobre la novela de Valérie
Zenatti.
Música
original: Benoît Charest.
Fotografía:
Laurent Brunet.
Montaje:
Jean-Paul Husson.
Idiomas:
Hebreo, árabe, francés.
Duración:
100 minutos.
6/10
La
botella de la paz
El
carácter naif de esta película queda claro desde el mismo comienzo.
Realmente, desde el titulo. El tópico del mensaje en una botella que
viaja por el mar siempre ha sido muy recurrente en los cuentos. Un
detalle que sirve para dejar delimitada la personalidad de una de las
protagonistas del film: una joven idealista y soñadora, que desde
Israel pretende entablar diálogo con Gaza a través de tan romántico
método.
A
la inocencia propia de la juventud se le une la del desconocimiento.
Una francesa recién llegada a Israel que contempla con incredulidad
lo que ocurre en la zona. Respecto al chico palestino con el que
finalmente consigue comunicarse, su día a día ha provocado que sea
mucho más descreído. Miss Peace la llama él, de forma burlesca.
Pero el inquebrantable espíritu conciliador de Tal consigue derribar
las barreras que Naïm intenta poner.
Una
botella en el mar de Gaza es una película sobre los
damnificados que sufren en cualquier conflicto de este tipo.
Población civil que anhela la paz, pero que se ve asfixiada por la
violencia. Víctimas de una situación hostil, de un entorno en el
que el odio hacia el vecino es el pan de cada día. No estamos,
pues, ante un film que reflexione sobre el porqué de la
problemática, sino ante un trabajo que busca la conciliación a
través de la inocencia.
No
es gratuito que los dos protagonistas sean jóvenes, aún no
contaminados del todo por la espiral de violencia y odio. Me
gustaría resaltar el detalle del escaso sentimiento de pertenencia
que ambos tienen. Al menos, no ese sentimiento de exclusión que
muchas veces conlleva el de pertenencia. Ajenos a sus propios
entornos; en los que la lucha por la tierra es crucial, en los que la
patria/religión ocupan un lugar determinante en la vida. Estos dos
jóvenes sueñan con París (una con volver, el otro con llegar), con
la libertad. No se sienten partícipes de algo tan poco humano como
las bombas o los misiles. Les ha bastado un poco de inquietud por
conocer a alguien del otro lado, para aprender lo que es el respeto
mutuo, a la vez que rechazar el sinsentido del odio.
Por
ello apuesta el film de Binisti (basado en una novela autobiográfica
de Valérie Zenatti), por el diálogo libre de prejuicios. El
entendimiento solo es posible desde una perspectiva abierta que se
preocupe por escuchar al otro. Algo que la realidad revela casi como
un imposible, por todo lo que hay detrás. Y es que a pesar de ese
reducto de resistencia pacífica que son estos jóvenes, la película
muestra toda la contaminación que flota en derredor. Nos encontramos
dentro de una pequeña fábula dentro de la cruda realidad. Una
pequeña y bella historia de amor. Una historia que crece ante la
dificultad. Al contrario que sus pueblos, cada vez más cerrados
sobre sí mismos, los protagonistas ven crecer su vínculo ante el
impedimento de conocerse en persona.
Efectivamente,
el mensaje puede ser naif. Pero no esconde la realidad en ningún
momento. Una película de modesta pretensiones que no trata de
sermonear sobre quiénes son los buenos o malos de la contienda. El
autor se limita a dar voz a la ingenuidad y a la tolerancia.
Valores positivos que en el mundo actual son desprestigiados. Un
mundo que hace mofa hiriente con los idealismos. Un mundo en el que
mueren inocentes sin to ni son por no se sabe muy bien qué absurdas
razones.
Manuel
Barrero Iglesias
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