El francés François Ozon nos regala la que será, sin duda, una de las películas del festival. Libremente inspirada en una obra de Juan Mayorga, el film presenta un apasionante juego entre realidad y ficción. También se presentó la tercera película española que compite por la Concha de Oro, la última película de Fernando Trueba, que nos habla sobre el arte, la belleza, la vida y la muerte.
Por Manuel Barrero Iglesias
En la casa (François Ozon)
Hacía tiempo que no teníamos oportunidad de ver un François Ozon tan inspirado. Como su admirado Woody Allen (del que hay mucho en este film), lleva ese incansable ritmo de film por año; completando una filmografía de lo más irregular, aunque siempre con algún punto de interés. El director francés siempre se ha ocupado de los juegos psicológicos entre sus personajes, y de lo turbia que puede resultar la naturaleza humana.
Decíamos que hay mucho de Allen en Dans la maison -no es casual que el profesor y su mujer vayan a ver Match Point-. El juego entre la realidad y ficción es algo que muchos han tratado, con los siempre complicados caminos de la creación artística de fondo. Un tema recurrente en Allen, y que ahora Ozon aborda de manera brillante.
Además, el autor mezcla sabiamente elementos hitchcoknianos, consiguiendo aún más fuerza en el relato. Ozon sabe combinar en su justa medida las dosis humor y suspense. Nos agarra desde el primer momento, y ya no nos suelta hasta el final. Algo en lo que también influye de forma decisiva la construcción de los dos personajes principales. El ansioso maestro de un genial Fabrice Luchini, y ese inquientante adolescente que encarna Ernst Umhauer.
Un modélico trabajo que funciona como un reloj. Una lúcida visión sobre la pasión por los relatos, por el oficio de narrador. Ácida y apasionada a la vez, la película además está salpicada por un retrato psicológico de primer nivel.
El artista y la modelo (Fernando Trueba)
Fernando Trueba rinde homenaje a su hermano Máximo -fallecido en 1996-, y habla del proceso de creación artísitica, a través de un viejo escultor casi retirado, que recupera la ilusión gracias a la irrupción de una bella joven. Al igual que la Blancanieves de Berger, Trueba opta por una (muy adecuada) fotografía en blanco y negro.Tanto la época (años 40), como la propia historia agradecen la ausencia de color.
Casualmente, este trabajo tiene algún elemento común con otro de los filmes españoles presentados a concurso: El muerto y ser feliz. El artista y la modelo también nos presenta a un hombre cuya vida está llegando a su fin, y que encuentra un último aliciente para vivir intensamente el poco tiempo que le resta.
Trueba construye un relato que tiene su mayor virtud en la sencillez. La fascinación del artista por la belleza, la obsesión por crear algo verdaderamente original, algo que tenga vida. Y la pureza de la juventud, la adoración del cuerpo femenino. Paralalemente, el director introduce una somera trama con la II Guerra Mundial de fondo, pero es una ramificación prescindible, que muy poco aporta al film.
Es la relación del artista -que con tanta calma interprera Rochefort- con la belleza de su asilvestrada modelo lo que realmente importa aquí. Se agradecen las faltas de pretensiones, consturyendo Trueba un discurso sencillo y directo. No es El artista y la modelo una gran película, pero sí una obra honesta y de cierto encanto.
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