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jueves, 23 de agosto de 2012

Headhunters


Hodejegerne (Noruega-Alemania, 2011).
Dirección: Morten Yyldum.
Intérpretes: Aksel Hennie, Nicolaj Coster-Waldau, Synnøve Macody Lund, Elvind Sander, Julie R. Ølgaard.
Guión: Lars Gudmestad, Ulf Ryberg; sobre la novela de Jo Nesbø.
Música original: Trond Bjerknes, Jeppe Kaas.
Fotografía: John Andreas Andersen.
Montaje: Vidar Flataukan.
Idiomas: Noruego, danés, ruso, inglés.
Duración: 100 minutos.




4/10

Atmósfera inquietante, guión delirante


Definitivamente, se ha puesto de moda el thriller nórdico. Tanto los productos autóctonos procedentes de Suecia, Noruega o Dinamarca; como las incursiones hollywoodienses de directores reclutados en aquellas latitudes. Y es que al género le suele sentar muy bien esa frialdad en el tono, esa sequedad cortante que impregna el ambiente.

Headhunters comienza, además, con una reflexión sobre las apariencias, sobre cómo se desvirtúa la noción de éxito en los tiempos que corren. El trabajo de Askel Hennie resulta fundamental para dar vida a este pseudomillonario acomplejado, en constante estado de pánico ante la posibilidad de perder el amor de su despampanante pareja.

La aparición de Clas aporta aún más incertidumbre a un relato que en su primera parte mantiene una estimulante calma tensa. Pero es justo antes de que se desencadene toda la violencia, cuando la película comienza a cimentar su derrota en el terreno de la verosimilitud. Una llamada de teléfono metida con calzador desencadena una serie de acontecimientos que guardan poca lógica. Y no solo nos referimos a los improbables accidentes que el azar dispone para que los hechos ocurran. Es que algo tan básico como las motivaciones de algún personaje escapan de cualquier mínima coherencia.

Así, tenemos un thriller con una atmósfera desasosegante, con unas secuencias de acción muy bien rodadas, con unas interpretaciones bastante ajustadas; pero que hace aguas por culpa de un guión demencial. Para colmo, rematado con un final que podría firmar cualquier producción hollywoodiense de tres al cuarto.

Las inefables trampas en el guión tampoco ayudan en nada a un trabajo de punzante planteamiento. Mucho más acertado en lo visual, repleto de fuerza y elegancia, que un texto con innumerables lagunas. Tantas, que resulta imposible pasarlas por alto.

Manuel Barrero Iglesias


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