Muchos
nos sorprendimos al enterarnos de que Emma Thompson había escrito el
guión de Sentido y sensibilidad. Y cierto es que
debutaba como guionista en la gran pantalla, pero esta filóloga ya
había colaborado como escritora en varias series de televisión en
las que también actuó. Cambridge Footligths Revue (1982),
There’s Nothing to Worry About! (1982) o Alfresco
(1983-84) son algunas de las series en las que coincidió con gente
como Stephen Fry o Hugh Laurie.
Eran
los primeros ochenta, y Thompson ya había protagonizado una obra (Me
and my girl) en el West End londinense. Durante aquella
década siguió con su exitosa carrera en ambos medios. En 1987
participó en la mini-serie Fortunes of War, donde
conocería a Kenneth Branagh. También junto a él, y a las órdenes
de Judi Dench, protagonizó el montaje teatral de Mucho ruido y
pocas nueces. Al año siguiente, la serie Thompson
los volvió a unir en la doble faceta de intérpretes y guionistas.
La
primera mitad de los 90 supone la explosión cinematográfica de la
actriz. Interviene en las cuatro primeras películas de Branagh
(con el que ya había contraído matrimonio). Tiene un pequeño papel
en la muy masculina opera prima de su marido: Enrique V (1989).
Le siguió Morir todavía (1991), un curioso ejercicio
acogido con frialdad por la crítica, pero que no dejaba de tener su
interés. Era su segundo protagonista –tras la comedia romántica
Un tipo de altura (1989)-, y Thompson ya empezaba a
llamar la atención. Los amigos de Peter (1992) nos
devolvió a un Branagh inspirado, con una película coral en la que
la que su pareja era una más en un brillante reparto de viejos
conocidos (Fry, Laurie, Staunton, el propio Branagh…). Antes de la
ruptura, la pareja pudo volver a Shakespeare, con una deliciosa
versión de Mucho ruido y pocas nueces (1993), en la
que Emma desplegaba todo sus encanto.
Pero
hubo otro director que consagró definitivamente a la actriz entre
las grandes: James Ivory. Con Regreso a Howard’s End
(1991), ganó el Oscar a la mejor actriz principal, y ahí empezó su
idilio con el cine de época. El mismo Ivory contó con ella para
Lo que queda del día (1993), en la que realiza una actuación
aún más memorable que la anterior. Compartiendo, otra vez,
protagonismo con Anthony Hopkins, ambos nos deleitan con un ejercicio
de contención impecable. Ese mismo año compitió como mejor actriz
de reparto por otra gran película, En el nombre del padre.
Carrington
y Sentido y sensibilidad
(ambas de 1995) culminan esa etapa en la que los directores
veían en ella una figura indispensable para sus filmes de época. El
biopic de la pintora resultó bastante fallido, pero la actriz hizo
un estupendo trabajo. Mucho mejor acogida tuvo la bella película
de Ang Lee, que hizo ganar a Thompson el Oscar como escritora del
guión, además de darle su tercera nominación como actriz
principal. Otro trabajo lleno de contención, en el que la actriz
brillaba en su equilibrada madurez.
Con
su madre, Phyllida Law, ya había coincidido en más de una ocasión.
Pero si hay un trabajo por el que se las recuerda juntas ese es El
invitado de invierno (1997). Alan Rickman, que debutaba como
director, les dio la oportunidad de ser también madre e hija en la
ficción. Ambas dan toda una lección interpretativa. Al año
siguiente, dos proyectos en Estados Unidos. A las órdenes de Mike
Nichols en Primary Colors, biografía (poco) encubierta
sobre Bill Clinton en la que ella era Hillary. Y de un veterano a un
novato. El debutante Sebastian Gutierrez dirigió El beso de
Judas, un sensual thriller en el que Thompson se metía en la
piel de una agente del FBI.
No
hay en su carrera muchos títulos puramente hollywoodienses, de esos
llamados alimenticios. Aunque su primera experiencia americana no
pudo ser más desastrosa: la ¿comedia? Junior (1994),
aquella en la que Arnold Schwarzenegger quedaba embarazado. Soy
leyenda (2007), Nunca es tarde para enamorarse
(2008) y Men in Black 3 (2012) completarían esta lista
de producciones más comerciales.
También
ha prestado su voz a dos producciones animadas: El planeta del
tesoro (2002) y Brave (2012). Aunque si tenemos
que destacar un título norteamericano, sería esa delicia
surrealista llamada Más extraño que la ficción
(2006).
En
su Gran Bretaña natal, el nuevo siglo le ha traído trabajos más
livianos que los de la década anterior. Su faceta cómica en Maybe
Baby (2000), Love Actually (2003), o Radio
encubierta (2009). Su lado familiar en La niñera
mágica (2005) y su secuela (de las que también es
guionista). Su retorno al solemne cine de época en Regreso a
Brideshead (2008). Y secundaria de lujo en un film de
prestigio como An education (2009). Aunque también
hubo tiempo para proyectos más arriesgados, como Imagining
Argentina (2003), que versaba sobre la dictadura en el país
sudamericano. Eso sí, como casi cualquier intérprete británico que
se precie, también tiene sus apariciones en la saga Harry Potter,
de la que participa en tres de sus filmes.
Parece
claro que el mejor momento de Emma Thompson ya pasó. Su calidad
cada vez aparece más con cuentagotas; escondida en papeles pequeños,
o en productos que no están a su altura. Con 53 años, va camino de
convertirse en una de esas respetables damas inglesas, cuya sola
presencia en la pantalla ya impone respeto.
Manuel Barrero Iglesias
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