Amanda
Seyfried es una actriz de gran talento, con aspecto angelical, y -si
tenemos en cuenta las entrevistas de las que ha sido objeto- más
rara que un perro verde. Siempre que la veo en un late night
americano me da la impresión de que está bajo los efectos de algún
tipo de sustancia -casi la misma sensación que con Aubrey Plaza,
aunque menos acentuada-, lo cual no hace más que acrecentar su
carisma, al menos desde mi punto de vista.
No
voy a decir que Amanda Seyfried tenga una carrera modélica, o que se
trate de la gran esperanza del cine americano, porque no lo es. Pero
hay suficientes grandes momentos dentro de su carrera como para poder
decir que se trata de una actriz prometedora que está siendo
desaprovechada.
Comenzó
con telenovelas al más puro estilo Santa Barbara, cuando era
simplemente una adolescente, hasta que en 2004 consiguió un papel en
la excelente comedia negra, escrita por la siempre interesante Tina
Fey, Chicas malas. No destacaba en exceso dentro del
conjunto, pero tampoco pasaba desapercibida. La película fue todo un
éxito y le sirvió para ir enlazando proyectos bastante
interesantes.
Primero,
su participación en la genial serie Veronica Mars,
donde jugaba un papel capital en la primera temporada; a la vez que
rodaba películas de cierto nivel, como Nueve vidas de
Rodrigo García y Alpha Dog de Nick Cassavetes, aunque
con papeles secundarios de no demasiada enjundia.
Su
primer gran papel le llegó de mano de la HBO, consiguiendo el rol de
la hija mayor de esa familia polígama y mormona encabezada por gente
de nivel como Bill Paxton y Chloë Sevigny. La serie no fue una de
las más exitosas de la cadena, pero constó de cinco temporadas y
supuso un gran escaparate para Amanda, que al finalizar la cuarta
temporada anunció su intención de abandonar la serie para dedicarse
por completo al cine, volviendo al final de la serie en un par de
episodios.
Posiblemente
la película que le valió para dar el salto de calidad dentro de su
carrera sea ¡Mamma Mia!; cinta que no lograba
convencer, pero en la que ella destacaba especialmente, incluso por
encima de gente como Maryl Streep o Colin Firth. Se mostraba
comodísima cantando y bailando, a la vez que derrochaba naturalidad
en cada plano.
Posteriormente,
un par de proyectos de medio pelo que no merece la pena ni mencionar
y que ni le ayudaron ni le perjudicaron, para posteriormente enlazar
películas cuanto menos interesantes. En Jennifer´s Body,
el esperado segundo proyecto de Diablo Cody como guionista, compartía
cartel con Megan Fox, a quién se comía en todas las escenas en las que
coincidían, convirtiéndose en la gran estrella de una película
que, todo sea dicho, no era nada del otro mundo. Y luego su proyecto,
a priori, más interesante hasta la fecha. Chloe no fue
todo lo que se esperaba de ella, pero una película dirigida por un
grande como Atom Egoyan y en la que en el reparto figuran Julianne
Moore y Liam Neeson, tenía toda la pinta de que podía ser el
empujón definitivo que necesitaba Amanda para convertirse en una
estrella además de en una actriz respetada. La película no funcionó
en taquilla y las críticas fueron tibias, pero lo arriesgado del
proyecto se le valora.
Tras
Chloe, solo un puñado de películas de usar y tirar, que si bien
aumentaron su popularidad, echaron por traste muchas de las
esperanzas que había puestas en que creciese como actriz. Querido
John, Cartas a Julieta, In time o
Caperucita Roja son claros ejemplos de estas malas
elecciones, películas que realmente no hay por donde cogerlas.
Pasemos
por alto la película que tiene ahora mismo en cartel, Sin
rastro, que se enmarca perfectamente en la categoría de
“malas decisiones”, y centrémonos en el futuro próximo, el cual
es mucho más prometedor.
Amanda
Seyfried tiene ya rodadas cuatro películas que están pendientes de
estreno, y que no pintan mal del todo. La primera, Los
miserables de Tom Hooper -director de la mediocre El discurso del Rey-, en la que comparte pantalla con gente como
Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway o Helena Bonhan Carter; y
que puede devolverle el prestigio perdido, al igual que a su
director, años atrás grande gracias a sus geniales trabajos para la
HBO.
A
Los miserables hay que unirle el biopic, ¡Basta de Biopics!,
de la actriz porno Linda Lovelace, protagonista de Garganta
profunda; una comedia de bodas con De Niro, Susan Sarandon y
Diane Keaton -vale esta pinta regular tirando a mal-, y un drama con
toques de terror australiano de bajo presupuesto llamado Love
written in blood.
Mi
conclusión es que no hay que perder la esperanza, creo que Amanda
Seyfried tiene mucho que ofrecer aunque se empeñe en dejárnoslo ver
con cuenta gotas. El problema es que la paciencia tiene un límite, y
ella se está acercando.
David Sancho
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