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Els nens salvatges (España, 2012).
Dirección:
Patricia Ferreira.
Intérpretes:
Marina Comas, Àlex Monner, Alber Baró, Aina Clotet, Ana Fernández,
José Luis García Pérez.
Guión:
Patricia
Ferreira, Virginia Yagüe.
Música
original:
Pablo Cervantes.
Fotografía:
Sergi Gallardo.
Montaje:
Antonio
Frutos.
Idioma:
Catalán, español.
Duración:
100 minutos.
Paranoid
Barrio
Los
adolescentes y sus dificultades. Un terreno desde siempre transitado
por cineastas de lo más diverso. Entre lo más reciente, un par de
referentes que sobresalen de entre todos los demás: Gus Van Sant
y los hermanos Dardenne. Patricia Ferreira parece querer
abrazar la procelosa senda emprendida por estos, aunque no se libre
de cierto aire costumbrista a lo Barrio (Fernando
León de Aranoa, 1998).
El
empeño de la autora por querer abarcar el mayor espectro posible va
en detrimento de la profundidad de los personajes adultos. Tres
matrimonios que representan niveles muy diferenciados de clase
social; y en los que la figura de la madre siempre ejerce la
comprensión, mientras los padres resultan ásperos. Tampoco se libra
el personal docente de los estereotipos. Lo dicho, demasiados frentes
abiertos como para profundizar lo suficiente en alguno de ellos.
Si
pensamos en el cine de Van Sant, la presencia de adultos se reduce a
la mínima expresión, de manera funcional y/o testimonial. En cuanto
a los Dardenne, siempre limitan su mirada a un número reducido de
personajes, lo que posibilita mayor calado en su retrato. Como tantas
veces ocurre, partir de lo mínimo es la mejor fórmula para
llegar a lo universal. Pretender hacer una exhaustiva radiografía
suele derivar en retratos esquemáticos que solo rascan la
superficie.
En
Los niños salvajes hay muy buena materia prima. Los tres
adolescentes son personajes muy cuidados. Complejos. Desconcertantes.
Y, a la vez, muy creíbles. Nos interesan mucho sus vaivenes
emocionales. Esa es la vía que tendría que haber explotado
Ferreira. Tampoco era necesario que hiciera como Gabriel
Velázquez en Iceberg -film en el que no aparece ningún
adulto-, pero sí que la directora desaprovecha las opciones más turbadoras
de su relato.
Aún
es más. La estructura escogida para contarlo denota una clara
voluntad de romper con lo clásico. Y así chirrían más los
elementos trillados. Estamos ante una propuesta valiente que se
queda a mitad de camino. Llena de detalles de mucha calidad, pero que
nunca termina de ir todo lo lejos que se propone.
Manuel
Barrero Iglesias
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