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martes, 19 de junio de 2012

Iceberg

4/10
Iceberg (España, 2011).
Dirección: Gabriel Velázquez.
Intérpretes: Víctor García, Carolina Morocho, Jesús Nieto, Juanma Sevillano.
Guión: Gabriel Velázquez, Blanca Torres.
Música original: Pablo Crespo.
Fotografía: David Azcano.
Montaje: Manuel García, Gabriel Velázquez, Blanca Torres.
Idioma: Español.
Duración: 84 minutos.



El río de la vida

Reconoce abiertamente Gabriel Velázquez las influencia de los hermanos Dardenne, incluso Gus Van Sant, en esta película. El director salmantino vuelve a hablarnos de la adolescencia perdida y abandonada a su suerte. Ya lo hizo en Amateurs (2008), en la que una joven quedaba huérfana y emprendía la búsqueda de un padre nunca presente, para acabar encontrando una especie de abuelo adoptivo.

Para Iceberg, Velázquez prescinde de cualquier presencia adulta, siguiendo a cuatro adolescentes en un hipnótico deambular alrededor del río Tormes. Y al igual que en su anterior trabajo, el autor se rodea de actores no profesionales. Una opción siempre arriesgada, pero que el autor toma con total convencimiento. Su apuesta es la de la espontaneidad y la imperfección. Lo inesperado que siempre está al acecho cuando se trabaja con actores que no lo son.

Aunque también existan peligros. Ya ocurrió en Amateurs, donde la tremenda fuerza que tenía la presencia del actor, se esfumaba cuando tenía que hablar. Quizás por ello, en Iceberg el uso de la palabra se reduce a su mínima expresión, prescindiendo del diálogo como herramienta narrativa.

Estamos ante una película de sensaciones y evocaciones. El autor suelta a sus criaturas para que se muevan y sientan, y para que nosotros vayamos intuyendo sus historias. Adolescencia urbana, adolescencia rural, adolescencia periférica. El territorio que aquí se retrata no es ninguna de esas cosas, y un poco de las tres. Un entorno casi irreal, que parece rural, pero está al lado de la urbe. Que es periferia, pero en el que apenas se ven humanos. Un entorno entre fascinante y deprimente.

Y la presencia del río, quizás la más importante del film. Y ese dejarse llevar por la corriente fluvial es lo que hace de este trabajo algo valiente y estimulante. Pero el resultado final se ve ensombrecido cuando la narración se subordina a los corsés del guión. Esos momentos en los que se hace evidente el giro, y que aniquilan la espontaneidad buscada. Hablamos muy especialmente de la secuencia de la piscina, aunque hay alguno que otro más. Instantes que abandonan el tono de sugerente imperfección para aproximarse a un relato el uso.

Así, la radicalidad de la propuesta se queda algo a medias, resultando un interesante experimento que podría haber dado mucho más de sí. Hay Van Sant (ausencia de adultos, naturaleza muy presente) y hay Dardenne (adolescencia en riesgo). No hay el dominio del lenguaje que tienen ellos. Pero sí una innegable honestidad. Se nota que el film sale de las mismas entrañas del autor. Y se notan las ganas de hacer algo distinto, de provocar sentimientos en el espectador. Por muy fallido que pueda resultar el film, siempre son dignas de aplaudir este tipo de aventuras.

Manuel Barrero Iglesias



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