Nacho
Vigalondo es todo un personaje. Adorado por algunos, detestado por
otros. Los Oscar cambiaron su vida, y la nominación de su corto 7:
35 de la mañana le abrió más de una puerta. El director
cántabro no ha dejado pasar la oportunidad. Dos filmes de muy bajo
presupuesto que demuestran que para hacer ciencia-ficción basta con
tener mucha imaginación. Hablamos con él con motivo del estreno de
la muy divertida Extraterrestre, su segunda película. Y ya
tiene un par de proyectos en marcha, ambos en inglés. Controvertida
figura, sí. Pero hay que ser muy obtuso para no reconocer el aire
freso que su cine supone para nuestra cinematografía actual.
Por Manuel Barrero Iglesias
-¿Cómo
surge esta combinación entre ciencia-ficción y comedia romántica?
En tu cabeza, qué estaba antes, ¿la historia de amor o la invasión
extraterrestre?
Son
dos géneros que me han dado muchas alegrías como espectador, no
empecé por uno y acabé en el otro. Lo que más me interesó desde
el primer momento fue la colisión entre los dos, no hubo una deriva
de uno a otro. El atractivo de coger dos géneros aparentemente
incompatibles para el espectador medio, y ver qué pasa.
-Ya
has demostrado en tus dos largometrajes que con poco dinero se puede
hacer ciencia-ficción de calidad. Cuando escribes, ¿lo haces
pensando en el presupuesto?
Me
parece un error escribir sin pensar en el presupuesto, y luego
intentar hacer trucos de producción para que la película parezca
más cara de lo que realmente es. Se trata de saber que tienes una
película pequeña, y no entender esto como una limitación, sino
como un golpe de efecto más. En esta película es tan determinante
lo que se ve, como lo que no se ve. No tendría sentido contar esta
película con más presupuesto, y que al final entrase una manada de
hombrecillos verdes. Esa es otra película que ya hemos visto. Esto
es otra cosa.
-Podríamos
decir que al personaje de Julián Villagrán le conviene que haya una
invasión extraterres, ya que así consigue estar al lado de la chica
de la que se ha enamorado.
Una
de las preguntas que te haces al escribir el guión es cómo podemos
hacer que una invasión extraterrestre le convenga a un personaje, y
llegas a esta conclusión. Al de Julián Villagrán le viene bien
porque así no se va del piso de Michelle, aunque ella le quiere
echar lo antes posible.
-Me
gustaría que me hablaras de tu relación con los personajes
femeninos que escribes. Creo que son algo menos ricos que los
masculinos. Un poco más ‘floreros’, que sirven para que los
hombres actúen.
De
momento, hay algo que determina las películas que hago, y es el
punto de vista masculino. Me gusta hablar de la fragilidad de ese
punto de vista. No quiero glorificar al hombre, sino precisamente
resaltar todo lo que flaquea en él. Y a partir de ahí, temas como
el vouyerismo. Objetos de de deseo representados por personajes como
el de Bárbara Goenaga en Los cronocrímenes o Michelle Jenner
aquí. En Extraterrestre he intentado que ella fuera tan
culpable, tan frágil y defectuosa como ellos.
Pero
me parece machista pretender que una mujer en una película tenga que
tener una entidad per se. Es como una ley de paridad. Cada
película responde a unas necesidades distintas. De la misma manera
que podemos hacer una película con cinco mujeres, y que un hombre
sea un florero. Y no pasa nada, es perfectamente legítimo todo.
-A
pesar de ser una comedia muy divertida, la película termina con un
tono agridulce, un poco a lo Casablanca. ¿Distes muchas
vueltas para llegar a ese final, o lo tenías claro desde el
principio?
El
final era una de las cosas que tenía claras a la hora de empezar a
escribir la película. Creo que es bueno tener muy definido el punto
en el que la película se cierra de alguna manera. Aquí era difícil,
porque todos los pasos adelante en la trama son derivas absolutas.
Secuencia a secuencia, parece que todo se aboca al caos. En ese
sentido, no es fácil llegar a una secuencia última en la que el
círculo se cierra.
-¿Te
planteaste en algún momento actuar en este film?
No
me lo planteé, de la misma manera que no actúo en muchos de mis
cortos. Nunca he pretendido ser una presencia constante en mis
películas. Cuando he salido en alguna, siempre ha respondido a una
necesidad que no está explicitada en el relato. El que quiera
adivinarla, que la descubra.
-Ese
final con los personajes sentados en una silla, ¿es un guiño a
Los cronocrímenes?
No
creo que sea justo que haya guiños, y menos si son a películas del
mismo director. Eso no sirve para nada, y jamás lo hubiera hecho de
forma consciente. De hecho, en Los cronocrímenes la
importancia del plano está en ellos dos porque no están viendo
nada, y aquí sí hay algo que están viendo. El sentido es otro,
pero entiendo que, en cierta manera me estoy empezando a autoplagiar.
¿Y
los melocotones?
Son
una necesidad de guión. Hay un momento en el que necesito un objeto
tanto como un personaje. A partir de ahí, los melocotones vuelven
una y otra vez a la trama. Porque dentro del caos que es este relato,
quiero que, de alguna manera, todo encierre una cierta lógica.
Aunque esa lógica no esté explicitada en el relato. Es lo que te
decía antes de la deriva, que está ahí. Pero tenemos que utilizar
detalles y mecanismos para que todo tenga cierto sentido al final.
-En
mi opinión, el cine ha ganado un inmenso cómico con Carlos Areces,
que acabará estando a la altura de los más grandes.¿Cómo ha sido
trabajar con él?
Me
gustaría poder presumir de lo difícil que fue trabajar con
cualquiera de los actores de esta película. Pero tengo que reconocer
que hago trampa, y que dirijo actores que sé de antemano que van a
ser fáciles de dirigir, y me van a dar un rodaje placentero.
Carlos
Areces es totalmente maleable. Y tiene una vis cómica que trasciende
cualquier intento explícito por hacer reír. Es una cosa que no sé
si puede controlar o no. Hace gracia, es un don. Incluso el público
extranjero que no lo conoce, ser parte el culo cuando apareces por
primera vez en la película. Hay algo sobrenatural, es un superpoder.
-Para
terminar, háblanos un poco de tus próximos proyectos
Se
rodarán en inglés. Windows
es una actualización de ciertos arquetipos hitchcokianos. De alguna
manera, vuelvo a Cronocrímenes, a esa triangulación entre
héroe-villano-chica en peligro. Supercrooks
habla de un grupo de villanos de tercera categoría que deciden venir
a España a dar un gran golpe porque aquí no hay superhéroe.
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