Alpeis (Grecia, 2011).
Dirección: Giorgos Lanthimos.
Intérpretes: Aris Servetalis, Johnny Vekris, Ariane Labed, Aggeliki Papoulia, Stavros
Psyllakis
Guión: Giorgos Lanthimos, Efthymis Filippou.
Fotografía: Christos Voudouris.
Montaje: Yorgos Mavropsaridis.
Idiomas: Griego, inglés.
Duración: 93 minutos.
La superioridad moral de las alturas
La mirada de Giorgos Lanthimos, director de la inquietante Canino, es una mirada al escorzo de la realidad; como sus planos, esos perfiles
tirando a escorzos, enseñándonos ese perfil de lo que generalmente sólo vemos
de frente.
Alpeis arranca con el ‘Carmina
Burana’, una perfecta carta de presentación para lo que vamos a ver en la
película: “En los Cármina burana se satirizaban y criticaban todas las clases de la
sociedad en general, especialmente a las personas que ostentaban el poder en la
corona y sobre todo en el clero”. ‘Carmina Burana’ en contraposición al pop;
esa mirada amable, frontal y, porque no decirlo, muchas veces superficial, que
nos muestra el cine mayoritario.
Los Alpes, esa importante cadena de montañas, coronada por el Mont Blanc,
es el nombre de un grupo de personas con una actividad en común. Liderado por
los hombres, ¿será porque son más fríos en la ejecución de su trabajo, será
porque se implican menos emocionalmente? Los Alpes, la
superioridad que da mirar desde las alturas, la superioridad moral de jugar con
los sentimientos de las personas, de jugar a ser dioses: “En la mitología
antigua de los germanos, Alp era un espíritu aéreo que moraba en la cumbre de
las montañas más escarpadas bajando de vez en cuando a perturbar la
tranquilidad de los habitantes de las poblaciones cercanas.”
O simplemente de jugar, jugar a interpretar: porque ese juego de
adivinanzas (ojo, sólo valen famosos muertos) define
perfectamente al grupo. Dioses que bajan con los mortales, a ayudarles
parece, pero una ayuda que saca tanto a cambio como da y que realmente es casi
una forma de vida. La pregunta para el espectador muchas veces es: ¿están
trabajando o ésta es su vida? Si ellos son los dioses, sus clientes son
los mortales, que son anulados a nivel fotografía tanto como para
desenfocarlos, sacarlos de encuadre o cortarles directamente. Un director sin duda de foco fino, que te pone la mirada en un lugar poco
común, no tan agradable como la portada de la realidad, pero no por eso menos
presente.
El guión está estructurado para desvelar la información de fuera a dentro: primero desvela al
grupo, luego desvela y se centra en el individuo, dando protagonismo a uno de
los miembros de dicho grupo. En este entramado quizás las elipsis a
veces no son claras. Podría ser un punto débil. Al igual que esa forma de decir
el texto de los actores que es un recitado, medio justificable por el propio guión
en algunos momentos, quizás, pero ocurría lo mismo en Canino. Es tal la sensación que no me queda claro si los actores son muy buenos
(hay que serlo para interpretar que se interpreta) o es que este personalísimo
director cojea en la dirección de actores.
Y nos podríamos hacer la misma pregunta que en Canino: ¿sólo es ficción? Pero no nos engañemos, está hablando de la realidad,
aunque sea el escorzo de la realidad: Juro haberlos visto, aves de rapiña del
sufrimiento ajeno, vampiros existenciales, juro haberlos visto sonreír ante el
sufrimiento, llenándose de energía. Lo juro. Pero cuando he vuelto a mirar, ya
no sonaba el ‘Carmina Burana’, lo que sonaba era una canción pop de radio
fórmula, ya no estoy tan seguro de lo que he visto...
Javier Cano
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