Shame
(Reino
Unido, 2011).
Dirección:
Steve McQueen.
Intérpretes:
Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale, Nicole Beharie,
Lucy Walters.
Guión:
Abi Morgan, Steve McQueen.
Música
original:
Harry Escott.
Fotografía:
Sean Bobbitt.
Montaje:
Joe Walker.
Idioma:
Inglés.
Duración:
101 minutos.
Patologías
del siglo XXI
Hunger
(2008) fue uno de los más prometedores debuts en la
dirección vistos en los últimos tiempos. A estas alturas, no es
nada sencillo hacer un film que se distinga entre todos los que han
tratado el conflicto irlandés. Steve McQueen lo hizo con un
estilo propio y genuino. Una mirada clara de tremenda fuerza que nos
dejaba clavados en la butaca. Tras ver Shame,
ya podemos asegurar que su ópera prima no fue fruto de la
casualidad.
El
director vuelve a deslumbrarnos con un ejercicio de extrema precisión
que disecciona el sufrimiento humano. El dolor físico de Hunger
da paso al más íntimo de Shame. Su protagonista es un
tipo que parece tenerlo todo para ser un triunfador. Un buen trabajo,
juventud, atractivo físico. Los primeros minutos del film nos
muestran (en todo su esplendor) a alguien envidiable, cuya rutina
solo es interrumpida por los mensajes en el contestador de una voz
femenina que intuimos es una antigua amante (el autor juega
hábilmente con la ambigüedad hasta descubrirnos su verdadera
identidad).
Poco
a poco, McQueen va destapando lo que se esconde detrás de la primera
capa de exitosa apariencia. Y lo que hay es soledad e incomunicación.
La rutina se basa en evitar cualquier contacto profundo con otro ser
humano, y una manera de afrontar el sexo que se acerca peligrosamente
a la patología. Un mundo cerrado y podrido, pero perfectamente
controlado. Hasta que irrumpe la presencia de esa mujer que provoca
el tambaleo de ese ficticio equilibrio.
Se
ha hablado mucho sobre Shame como una película
sobre la adicción sexual. Pero esa es solo una de las aristas que
podemos ver en un film que habla, sobre todo, del frío aislamiento
que a veces provoca la forma de vida actual. Algo que en
ocasiones se produce por propia decisión del sujeto; pero que en
otras, es no sé sabe muy bien si causa o consecuencia, de una
búsqueda desesperada de cariño. Ahí entran Carey Mulligan,
su fragilidad, y su mirada ávida de amor. Es difícil no
emocionarse con esa desvalida interpretación del New York,
New York; uno de los momentos cumbres del film.
Es
la única ocasión que el personaje interpretado por un superlativo
Fassbender muestra su debilidad, la cual esconde tras una coraza
cuando está rodeado de gente. El director arma el film sobre el
esqueleto de un Brandon Sullivan lleno de sutil complejidad. Son los
momentos de vergüenza en la intimidad los que hacen que el personaje
alcance una gran dimensión. Lejos del histrionismo desfasado del
postmoderno Patrick Bateman de American Psycho, la
disfuncionalidad de Sullivan aflora de forma mucho más contenida y
real. Estamos ante un sufrimiento reconocible, y por ende, muy
doloroso.
Una
ejemplar construcción de personaje (frente a la algo más tópica de
Sissy) con la que McQueen da muestras de su grandeza, en un film
repleto de planos certeros. El director sabe lo que quiere contar y
cómo hacerlo. Para muestra, dos pares de secuencias. Aquellas
que abren y cierran el film (no se puede decir más con menos), y las
dos citas con su compañera de trabajo. Si magnífica es la
composición de la secuencia de la cena, el posterior encuentro
sexual define con nitidez el quiero y no puedo de alguien metido en
un círculo vicioso (nunca mejor dicho) del que le va a ser muy
complicado salir.
Shame
se convierte en una pequeña, pero implacable disección de algunos
de los grandes males que acechan las mentes del mundo occidental.
Un trabajo al que se le perdonan sus pequeños brotes de moralismo. Y
es que hay mucho y buen cine encerrado en la obra de este británico
capaz de penetrar hasta lo más profundo de su protagonista.
Manuel
Barrero Iglesias
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