My
Week with Marilyn (USA,
2011).
Dirección:
Simon Curtis.
Intérpretes:
Eddie Redmayne, Michelle Williams, Kenneth
Branagh,
Julia Ormond, Emma Watson.
Guión:
Adrian Hodges, sobre las novelas de Colin Clark.
Música
original:
Conrad Pope.
Fotografía:
Ben Smithard.
Montaje:
Adam Recht.
Idioma:
Inglés.
Duración:
99 minutos.
Siete
días de gloria
Marilyn
Monroe es única. Sirva esta perogrullada para ilustrar la sensación
que produce ver como otra actriz intenta meterse en su piel. Ni
Michelle Williams, ni nadie, puede siquiera acercarse al carisma que
tenía ella. Y es que para ser el mayor icono sexual en la historia
de la humanidad hay que tener algo (mucho) que te diferencie del
resto. Por ello, es inevitable que en los primeros minutos del film,
sea imposible creer que Williams (a la que, además, le faltan
curvas) sea Marilyn. Pero es que nadie puede ser Ella.
Sin
embargo, a medida que avanza la película el esplendoroso trabajo
de Michelle logra que nos vayamos abstrayendo, e incluso
convenciendo. Y lo consigue en las distancias cortas, cuando tiene
que mostrar a la insegura persona que se esconde tras la estrella.
Si hay algo que Williams es capaz de transmitir es la desarmante
fragilidad de los momentos más íntimos.
No
estamos ante un biopic, ya que solo abarca siete días en la
vida de la rubia actriz. Más bien estamos ante una anécdota a
partir de la cual se fotografía una personalidad apasionante. Mi
semana con Marilyn alcanza sus mejores logros en los
contrastes. La casi esquizofrenia que debe suponer buscar el amor
sincero en un mundo que tienes a tus pies, mientras se hace casi
inevitable usar ese poder para conseguir cualquier deseo inmediato.
Egoísta,
caprichosa, volátil, inconstante. Pero también sensible y muy
castigada por la vida. Objeto de deseo, juguete roto. Y ante todo,
alguien que busca lo que todos: ser querida en lo personal y admirada
en lo profesional. Esa múltiple dimensión está muy bien captada
por la mirada de Curtis. Y es que al
igual que la figura de Marilyn deslumbraba en cualquier película
(incluyendo las más mediocres), en este convencional film es ese
adentrarse en su complejidad lo que nos termina embelesando.
Y
es que el film siempre trata de llevarla a la dimensión de lo
terrenal. De hecho, la propia historia que cuenta (una especie de
relación sentimental con un ayudante de otro ayudante) ya nos la
presenta como alguien accesible y humana, y no como un ideal
intocable. Por cierto, excelente también el retrato de Laurence
Olivier que borda un magnífico Kenneth Branagh.
Una
película modesta en intenciones, pero honesta en su desarrollo. Una
curiosidad sin grandes pretensiones, pero con momentos de
clarividencia que la convierten en un producto gozoso.
Manuel
Barrero Iglesias
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