Silencio
en la nieve (España, 2011).
Dirección:
Gerardo Herrero.
Intérpretes:
Juan Diego Botto, Carmelo Gómez, Víctor Clavijo, Andrés
Gertúdix,
Francesc Orella, Sergi Calleja.
Guión:
Nicolás Saad.
Música
original: Lucio Godoy.
Fotografía:
Alfredo Mayo.
Montaje:
Cristina Pastor.
Idiomas:
Español, ruso, alemán.
Duración:
115 minutos.
Buenas intenciones
Empiezo
esta crítica y no me queda más remedio que aplaudir el atrevimiento
de los valientes que han llevado a cabo este insólito proyecto
dentro del precario panorama español. Irse a Lituania para rodar un
thriller ambientado en la II Guerra Mundial es toda una proeza
en los tiempos que corren. Con el interés añadido de hablar sobre
la División Azul, cuerpo que luchó en aquel conflicto contra los
rusos.
Un
trozo de Historia no explotado por los cineastas de nuestro país, a
pesar de su indudable potencial dramático. Aunque es fácil
encontrar las razones de no explotar este tema en las dificultades
que entraña una producción de este tipo. Y ha sido un peso pesado
de nuestra cinematografía el que se ha puesto manos a la obra.
Aunque es verdad que los aciertos de Gerardo Herrero son más
notables como productor que como director.
La
materia prima daba para un sólido thriller. Y en manos de otro
realizador, seguramente hubiera resultado algo mucho más potente. La
intriga entra en los más clásicos cánones del género. Y los
personajes tienen algo tan importante como es el carisma. Hablamos de
los dos militares que llevan la investigación, encarnados por unos
intérpretes en estado de gracia. Hacia tiempo que Juan Diego Botto
no convencía tanto. Y Carmelo Gómez le domina con maestría a su
personaje, dándole una enorme dimensión.
Pero
da la impresión de que Herrero anda, en ocasiones, más preocupado
en introducir imágenes impactantes que en el desarrollo de la trama.
Aunque no vengan a cuento, o sean un ataque directo a la
credibilidad. Ejemplos, los tenemos múltiples. Los caballos
congelados, la secuencia de las minas, el rifi-rafe entre españoles
y alemanes, el fusilamiento de los rusos, o incluso la secuencia de
la violeta. Si a todo esto unimos los inevitables momentos
sentimentaloides que el protagonista tiene junto a la mujer y el niño
rusos, nos queda un producto final muy por debajo de sus
posibilidades.
Finalmente,
lo que pretende ser espectacular no lo es tanto. Y se descuidan los
elementos más atractivos, que acaban dispersados en un guión que
está lejos de ser redondo, dejando demasiados detalles por atar. Un
meritorio esfuerzo de producción que hubiera lucido más con un
director poseedor de mayor fuerza visual.
Manuel Barrero Iglesias
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