Moneyball (Estados
Unidos, 2011).
Dirección: Bennet Miller.
Intérpretes: Brad Pitt, Jonah Hill, Philip Seymour
Hoffman, Robin Wright Penn, Chris Pratt, Sergio García.
Guión: Aaron Sorkin y Steven Zaillian, sobre la novela de Michael Lewis.
Música original: Mychael Dana.
Fotografía: Wally Pfyster.
Montaje: Christopher Tellefsen.
Idioma: Inglés.
Duración: 133 minutos.
Currantes contra magnates
Una película de baseball que va más allá del baseball, al igual que La red social (2010) era una película
sobre facebook que iba mucho más allá de facebook. Esta ha sido una de las
frases más repetidas durante la promoción de la película en Estados Unidos, y la
han utilizado por dos motivos: el primero, porque es cierto. Y el segundo,
porque ambas películas comparten guionista, Aaron Sorkin.
Partiendo de la premisa de que Moneyball es, efectivamente, una
película centrada en el baseball trata de lleno un puñado de temas universales,
las diferencias con la cinta de Fincher salen a relucir cuando ahondamos en lo
puramente cinematográfico. Mientras que
la película sobre facebook era una obra cinematográfica con mayúsculas que
trascendía a géneros cinematográficos -y que para más inri tenía una
factura técnica envidiable de la mano de uno de los directores americanos más
interesantes del momento-, la película
sobre el mundo del baseball se queda a medio camino de casi todo.
Los problemas de Moneyball
radican en su guión y en la dirección. Aaron
Sorkin, tipo al que idolatro por sus productos televisivos -El ala oeste de
la casa blanca y Studio 60 son de lo mejor que se ha estrenado en las
televisiones generalistas americanas en años-, al que acompaña Steven Zaillian -con
un currículum nada desdeñable-; ha
dejado a un lado sus discursos grandilocuentes que tanto me gustan para centrarse en una pequeña historia
sobre un equipo de baseball que tiene que buscarse las mañas para poder
competir con grandes equipos que les superan con creces en presupuesto. Una historia de superación y coraje que
suena a vista, y que no consigue conmover ni agitar al espectador en ningún
momento.
Las virtudes de la película radican en unas interpretaciones más que
solventes y en un ritmo pausado pero constante, que consigue que el espectador
no llegue nunca a desengancharse. Sus principales puntos flacos residen en una
dirección sin fuerza, en una historia excesivamente plana, y en unas
expectativas que nunca llegan a colmarse. Demasiado lastre para una
película que contaba con mimbres para haber sido grande.
David Sancho
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