J.
Edgar (USA, 2011).
Dirección
y música original: Clint Eastwood.
Intérpretes:
Leonardo DiCaprio, Armie Hammer, Naomi Watts, Judi Dench, de
Westwick.
Guión:
Dustin lance Black.
Fotografía:
Tom Stern.
Montaje:
Joel Cox, Gary Roach.
Idioma:
Inglés.
Duración:
137 minutos.
'Mariconadas',
las justas
En
2008 Clint Eastwood filmó una obra que tenía mucho de testamento
cinematográfico. La magnífica Gran Torino, más que
crepuscular era casi 'obituaria'. Un film que, perfectamente, podría
haber sido un precioso broche final a una carrera heterodoxa y que ha
ido ganando prestigio con los años. Pero a sus más de ochenta años,
Eastwood sigue sin poder estar quieto, dirigiendo al vertiginoso
ritmo de película por año.
Tras
aquella genial autoparodia, el director se ha embarcado en proyectos
de un interés limitado. Aún siendo más que correcta, Invictus
(2009) era una película demasiado convencional. Mientras la más
arriesgada Más allá de la vida (2010) resultaba una obra
claramente fallida. Ahora se mete en el drama político, con este
trabajo sobre la figura de John Edgar Hoover, director del FBI
durante casi 50 años.
La
estructura del film no difiere demasiado de la de otro biopic ahora
en pantalla, el de Margaret Thatcher. Ambos tienen como hilo
conductor al personaje en su senectud. Pero mientras La dama de hierro usa la vejez y la enfermedad para manipular
sentimentalmente, J. Edgar se centra mucho más
en el recorrido vital. Y, ni que decir tiene, Eastwood no es
Phyllida Lloyd; lo que supone que podamos ver una retrato lleno de
matices y contradicciones. Al menos, no estamos ante una
distorsión rosácea de la realidad.
El
director nunca deja de ser sutil, pero se topa con el gran problema
que tienen la inmensa mayoría de biopics. ¿Cómo evitar que el film
no sea una sucesión de momentos puntuales en la vida del sujeto en
cuestión? La vertiente política se convierte en una superficial
maratón que quiere dejar pocos asuntos fuera, pero que no profundiza
en nada.
Así,
Eastwood juega la baza del retrato personal. Ahí sí podemos
encontrar un discurso continuo y coherente. Los mejores momentos
del film llegan con los contrastes de la personalidad de Hoover.
Aunque es el tratamiento del asunto más controvertido sobre su
figura lo que hace que esta obra se tambalee demasiado. Nos
referimos a la dudad sobre la orientación sexual de este hombre
pétreo.
El
asunto comienza casi como en una película del Hollywood clásico,
haciendo que la homosexualidad solo sea algo intuido. Poco a poco, se
va haciendo cada vez más explícito. Un recurso muy adecuado, ya que
la evidencia va creciendo en función de la consciencia que el
personaje va tomando sobre su propia condición. Hasta que le explota
en las manos.
Es
entonces cuando Eastwood no da el paso al frente, y se arriesga lo
mínimo. La secuencia estrella se despacha de la forma más casta
posible. Mientras, los años posteriores se justifican con el
'consejo' que le da su madre. Puede que a alguien le parezca que
todo está contado con sensible elegancia. Pero también es cierto
que, a la hora de la verdad, el director recurre a la mojigatería
más pueril. Una indefinición que impide que la película
levante el vuelo de manera definitiva.
Y
hablando de altos vuelos, Leonardo DiCaprio vuelve a demostrar lo
magnífico actor que es. Aunque su omnipresencia anula al resto de
personajes, que no pasan de ser meras comparsas. Al final, entre
tanta carencia, J. Edgar a duras penas consigue
mantener el tipo gracias a la solvencia y sensibilidad de Eastwood
como director.
Manuel
Barrero Iglesias
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