Bunraku
(USA, 2011).
Dirección:
Guy Moshe.
Intérpretes:
Josh Hartnett, Gackt, Woody Harrelson, Ron Perlman, Kevin McKidd,
Demi Moore.
Guión:
Boaz Davidson, Guy Moshe
Música
original: Terence Blanchard.
Fotografía:
Juan Ruiz Anchía.
Montaje:
Glen Garland, Zach Staenberg.
Idioma:
Inglés, japonés.
Duración:
124 minutos.
Un
mal cóctel
Viendo
Bunraku muchas son las referencias que nos evoca,
directa o indirectamente: Dick Tracy, Kill Bill,
Spiderman, Donkey Kong,… Hay gánsteres, samuráis,
pistoleros (aunque sin pistola), asesinos, partidas de poker,
acróbatas de circo, estética de cómics, un futuro alternativo…
quién diría que de la combinación de elementos tan atractivos a
primera vista, podría resultar una película tan aburrida. No
cuajan, y queda un pastiche de lo más recargado, y lo peor de
todo (y lo repito): aburrido.
Tras
una Gran Guerra, las naciones supervivientes decidieron acabar con
las armas de fuego, pero no así con la violencia y los abusos de
poder. Enterradas las balas, espadas, y los propios puños, vuelven a
convertirse en los protagonistas. Armas mucho más propicias para
crear coreografías más vistosas a la vista.
Buena
excusa, pero en este caso el resultado final es bastante fallido. En
la mayoría de los casos las numerosas escenas de lucha son bastante
descafeinadas y los movimientos de cámara y el montaje de las
mismas, más que intensificar o ayudar a mejorar el ritmo de
estas escenas, lo que acentúan es su gran carencia de fuerza.
Entre
los personajes principales, Woody
Harrelson es el único que mantiene la dignidad
en esta pintoresca película. Le sigue Gackt (famoso cantante de
J-Pop) como Yoshi, el samurái; pero es difícil que un japonés
haciendo de samurái -sea donde sea- no mole. Y a lo lejos, por los
pelos, se salva la interpretación de Kevin McKidd como el asesino
No.2 del malo malísimo, Nicola.
Sin
embargo, Ron Perlman
(Nicola) y Demi Moore
(Alexandra, la amante de Nicola) parecen
que están en una fiesta de disfraces a la que han decidido asistir a
última hora.
Y Josh Hartnett, por cada buena cara de poker que pone, al momento
siguiente saca de quicio con sus tics de adicto a la nicotina
aspirando el humo de cada cigarrillo que encuentra a su paso, y su
manía de ponerse el sombrero y repasar el ala de éste. En el límite
del ridículo y la vergüenza ajena. Mención obligada para Jordi
Mollà, por fugaz aparición en este filme y su particular habilidad
a la hora de elegir las (malas) películas en las que aparece.
M.
Lofish
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