The
Sessions (Estados Unidos, 2012).
Dirección
y guión: Ben Lewin.
Intérpretes:
John Hawkes, Helen Hunt, William H. Macy, Moon Bloodgood, Annika
Marks.
Música
original: Marco Beltrami.
Fotografía:
Geoffrey Simpson.
Montaje:
Lisa Bromwell.
Idioma:
Inglés.
Duración:
95 minutos.
6/10
Una
sesión de sexo
En
Hollywood siempre hay un lugar reservado para las historias de
superación de personas con dificultades físicas o psíquicas. No es
extraño que éstas estén basadas en hechos reales, lo cual aumenta
la empatía del espectador por los personajes. El último trabajo del
australiano -nacido en Polonia- Ben Lewin, no es la excepción. De
hecho, ni siquiera es la primera vez que la vida del periodista y
poeta Mark O'Brien es llevada a la pantalla, pues la directora
Jessica Yu ya documentó su forma de vida (condenado a vivir en un
pulmón artificial de acero, tras quedarse tetrapléjico por contraer
la poliomelitis de niño) y su pensamiento en el cortometraje ganador
del Oscar Breathing
Lessons: The life and work of Mark O'Brien.
Lewin, aunque también relata momentos de su vida como la niñez y la
muerte, básicamente se centra en el episodio en el que decide poner
fin a su virginidad, a los 38 años de edad.
A
caballo entre la comedia y el drama, y sin contener elementos
suficientes para que en ella se puedan encontrar una gran película,
Las
sesiones
es una cinta fácil de digerir (excepto para el público para el que
el sexo suponga un tema tabú), bastante resultona y agradable de
ver, destinada a obtener una taquilla aceptable. Cuenta, eso sí, con
varias frases ingeniosas, que son las que elevan este producto por
encima de la mediocridad y que hacen que supere, por ejemplo, a la
reciente Intocables,
film con el que guarda bastantes parecidos.
Sin
embargo, en la película se pueden advertir ciertas carencias
narrativas. Es frecuente que los guionistas se ayuden de muletas para
contar sus historias. Ben Lewin se sirve aquí, no de una, sino de
dos de ellas. Por un lado nos encontramos con la voz en off del
protagonista y, por otro, las conversaciones entre éste y su
párroco, a quien le cuenta lo que ha estado haciendo. Con un poco de
pericia, ambos recursos se podrían haber omitido perfectamente y
haberse contado todo como el resto de la película, pero conviene
decir que el error queda mitigado por, precisamente, el uso que su
autor hace de ellos. No solo están para completar la narración,
sino que las propias características de las herramientas tienen su
aquél.
Salvando
las distancias y sin olvidar que está rompiendo la coherencia con
otras partes de la película, la voz en off tiene un efecto parecido
al encontrado en La
escafandra y la mariposa
(una mente despierta e imaginativa atrapada en un cuerpo estático,
que nos habla convirtiendo sus palabras en poesía desde un lugar
donde nadie les puede escuchar), añadiendo así cierta belleza y
lirismo a la historia; mientras que con la segunda se logra una
segunda lectura: cuando el protagonista habla y, con la atención que
le presta el personaje de William H. Macy, el espectador compone una
segunda historia, la de este segundo personaje. Solo con estos
elementos, sin que veamos nada de su vida privada y ni él cuente
nada.
El
de William H. Macy es un ejemplo del interés del director por el
trabajo de los actores. Del mismo modo, podemos ver a una Helen Hunt
completamente entregada y que exhibe una naturalidad asombrosa. Pero
sobre todo es necesario hablar de John Hawkes, pues él es el alma de
la película. Por Winter's
bone
y sobre todo por Martha
Marcy May Marlene
conocíamos el poder de este actor por transmitir el lado más oscuro
y tenebroso del ser humano. En ésta evoca luz. El rostro cándido y
espiritual pero al mismo tiempo pícaro de Hawkes, es maravilloso.
Partiendo de un personaje bombón para cualquier actor, él lo eleva
transmitiendo poesía e ironía casi a partes iguales y, sobre todo,
por crearlo de manera que parezca verídico evitando provocar
compasión. Ése es sin duda el gran logro de la película y es justo
reconocer que gran parte del mérito es de su actor.