Dirección: Gus Van Sant.
Intérpretes: Mia Wasikowska, Henry Hopper, Ryo Kase, Schuyler Fisk, Lusia Strus.
Guión: Jason Lew.
Música original: Danny Elfman.
Fotografía: Harris Savides.
Montaje: Elliot Graham.
Idioma: Inglés.
Duración: 91 minutos.
Last Months
Dos películas de “encargo” enlaza Gus Van Sant tras su personal trilogía (más epílogo) de la muerte. Tras las clásica y oscarizada Mi nombre es Harvey Milk (un muy sólido trabajo), el director nos sorprende con Restless, una rareza que va más allá de la cursilería y el sentimentalismo facilón que puede aparentar.
El film no anda tan alejado de las temáticas que más atraen al director: adolescencia y muerte. Aunque lo que sí cambia por completo es la perspectiva. Elephant, Last Days o Paranoid Park hablaban desde el pesimismo y el desencanto. Tragedias en las que jóvenes mataban a otros, o a sí mismos. De forma accidental o totalmente calculada. Pero todos tenían en común el desinterés y el hastío dentro de un gran vacío existencial.
Restless es todo lo contrario. La inminente muerte de la protagonista (adorable Mia Wasikowska) no la despoja de sus ganas de vivir. Al contrario, Annabel es un torrente de ilusión que afronta la muerte con toda la alegría y serenidad que le es posible. Así, la película se convierte en bello contrapunto a los anteriores trabajos del director.
Aunque no podemos perder de vista que el personaje masculino no está tan lejos de aquellos otros desencantados de sus anteriores filmes. Enoch vive bajo el trauma de otras terribles pérdidas, y su gran afición es acudir a los funerales de gente que no conoce (por cierto, el inicio guarda no pocas similitudes con Tu vida en 65’, película que sí se regodeaba algunas veces en su cursilería). Pero el contacto con Annabel significará la salida de su lastimoso letargo.
Muy interesante el trabajo de Henry Hopper (hijo del legendario Dennis, a quien está dedicada la película), reflejando toda la vida interior de un personaje que se mueve entre la fragilidad y la rabia, entre el amor y el dolor. Tampoco renuncia el film a ese ligero toque mágico que encarna el fantasma japonés, que quizás sea el menos interesante de todos. Especialmente innecesario es el momento de lectura de carta.
Pero a pesar de tener todos los ingredientes para caer en el ridículo y la ñoñería más estomagante, Van Sant esquiva hábilmente esos peligros. A cambio, nos regala una obra repleta de sensibilidad, pero de tremendas luchas internas. Y sí, una película romántica, en el amplio sentido de la palabra. Sobre la belleza de vivir, y la importancia de sentir de forma intensa hasta el final. Que no todo es desesperanza en el mundo.
Manuel Barrero Iglesias
No hay comentarios:
Publicar un comentario