Difícil encontrar un actor con una filmografía tan desigual como la de De Niro, con una primera época ejemplar y un final de carrera realmente bochornosa que sigue dilapidando su imagen.
Pocos actores pueden presumir de tener tal número de obras maestras en su haber. El padrino II, Taxi Driver, El Cazador, Érase una vez en América, Toro Salvaje, Uno de los nuestros, Casino, La misión, Novecento o Heat, son algunas de las grandes películas que le han hecho ser historia viva del séptimo arte. Un actor arriesgado, camaleónico, uno de los más grandes que ha habido; multipremiado y con un prestigio entre el público, la crítica y el resto de la profesión difícilmente comparable. Su alianza con Scorsese ha sido especialmente fructífera, con ocho películas de gran nivel que le consolidaron como uno de los grandes.
Pero más allá de lo genial de sus primeros años, me gustaría hablar del otro De Niro, de ese actor que en el siglo XXI ha tenido una carrera realmente lamentable, que no es que haga que su imagen se caiga por tierra, pero si que genera reticencias a la hora de afrontar cualquier proyecto en el que se embarque.
Muchos años sin grande actuaciones, sin películas remarcables. Muchas obras menores y puñado de infumables productos infracinematográficos que a buen seguro le reportan vastos beneficios económico, especialmente si lo comparamos con el esfuerzo realizado. Entre ellas hay que destacar las lamentables El enviado, Algo pasa en Hollywood, Stone, Manual d’amore 3 o la reciente, e igualmente soporífera, Noche de fin de año.
Yo personalmente ya descarto pagar una entrada por una película de De Niro, pero sigo revisando su filmografía de manera cuasi religiosa, en parte por su extrema calidad, en parte por liberarle en mi cabeza de esa imagen de actor de medio pelo que se está ganando a base de esfuerzo.
En último lugar tengo que reconocerle su habilidad como director. Simplemente dos películas en su haber, pero dos grandes películas. Tras Una historia del Bronx y El buen pastor, De Niro debería plantearse el dedicar más tiempo a su carrera como director, en la cual parece que, en este momento, tiene mucho más que aportar.
David Sancho
Amo a Robert de Niro, pero no puedo dejar de darte la razón. No obstante, siempre me agarro (quien no se consuela es porque no quiere) a que a alguien que nos ha regalado tanto se le puede perdonar que perpetre otro tanto. Vamos, que al tío que dirigió Blade Runner, al que me regaló 'Moulin Rouge' o al que encarnó a Indiana Jones, les puedo perdonar los disparates posteriores. Y si ya hablamos del hombre (y qué hombre) que me ha puesto los pelos como escarpias en Toro Salvaje, El cazador, Taxi Driver, El Padrino II, Uno de los nuestros o Érase una vez en América ya puede perpetrar los enviados que quiera que tiene el cielo fílmico ganado.
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