Dirección: Roman Polanski.
Intérpretes: Jodie Foster, Kate Winslet, Christoph Waltz, John C. Reilly.
Guión: Yasmina Reza, Roman Polanski.
Música original: Alexandre Desplat.
Fotografía: Pawel Edelman.
Montaje: Hervé de Luze.
Idioma: Inglés.
Duración: 79 minutos.
El civismo burgués
La maestría de Polanski como director es algo que queda fuera de toda duda. Incluso en películas menores, como la que nos ocupa. Sí, y es que por mucho que algunos quieran ver casi una obra maestra, estamos ante un film pequeño. Y no es que lo sea debido a su escaso metraje o a su relativa modestia. Es menor por culpa de un guión que, siendo resultón, tiene demasiadas fisuras en su engranaje.
Pero vayamos por partes. Un dios salvaje se basa en la exitosa obra de teatro escrita por Yasmina Reza, que plantea un conflicto entre dos matrimonios. Una pelea entre chavales que se intenta solucionar con la visita de los padres del niño agresor a los del agredido, en un acto de pretendido civismo. La acción se desarrolla en un único escenario, exceptuando los planos generales con los que se abre y se cierra el film.
No es la primera vez que Polanski adapta una obra de teatro con pocos personajes y dimensión reducida, consiguiendo un excelente thriller con La muerte y la doncella (1994). El director sortea con mucha habilidad los peligros de este tipo de adaptaciones, evitando la temida teatralización del cine. Para ello, nada mejor que saber manejar la puesta en escena. El autor optimiza de forma magistral las escasas opciones que le da el pequeño espacio, para construir esta especie de thriller sobre las relaciones humanas. Con maestría se va cociendo el in crescendo de la tensión narrativa, hasta que el director consigue llevarnos al lugar que quiere.
Mucho más complicado resulta alejar la teatralidad de los intérpretes y sus personajes. Si exceptuamos la admirable contención de Christoph Waltz, de todos los demás se acaba apoderando una crispación desmedida. En especial, el personaje de John C. Reilly, cuyo cambio de actitud es un tanto brusco (de hecho, hay hasta una torpe explicación verbal sobre ello). Le pasa a él, pero también les sucede a ellas (Foster y Winslet). Un poco por lo grosero del dibujo de sus personajes, y otro poco por sus respectivos trabajos, el tramo final tiene demasiados momentos chirriantes.
Y eso que el trasfondo es de lo más interesante, y las luchas que plantea, muy estimulantes. Como va cayendo el disfraz de civilización para dar paso a las más bajas pasiones, descubriendo que detrás de las máscaras de civismo se esconde la más absoluta ruindad. De hecho, lo más apasionante del film es la falta de solidaridad, la soledad en la que se encuentran los cuatro personajes. Una especie de Royal Rumble, en la que nadie siente el más mínimo amor por el prójimo, y en el que las alianzas van y vienen por pura conveniencia.
Un puñado de vidas insatisfechas que se ven obligadas a desnudarse por culpa de esa buñueliana imposibilidad de salir de la casa. Mucho se habla del director aragonés en este pequeño detalle. Aunque también podemos encontrar similitudes más generales, como el hecho de diseccionar a cierto tipo de burguesía (o lo más parecido que hay ahora a la burguesía). Aunque la relación de Polanski con Buñuel viene de lejos, solo hay que ver cortos como Una sonrisa (1957), Asesinato (1957), o Dos hombres y un armario (1958).
Un fondo potente, una puesta en escena portentosa, pero una ejecución que falla en algo muy básico. Dejando a un lado que los personajes son simples arquetipos para ser movidos al antojo del creador, el tiempo (menos de 80 minutos) es muy escaso. Y así, cada diálogo pretende ser un dechado de ingenio, lo cual no siempre consigue. Falta verdad en esos continuos saltos, y en esos momentos grandilocuentes. Curiosamente, esa grandilocuencia es la que empequeñece este vibrante ejercicio de estilo.
Manuel Barrero Iglesias
"Incluso en películas menores, como la que nos ocupa" ¿Te refieres a "Repulsión"? XDDD
ResponderEliminarPues tengo ganas de ver la película, a ver si engaño a alguien.