Su primer papel en cine fue como ‘Subway Thief’ en Se acabó el pastel (1986). Tenía 27 años, y su siguiente aparición también fue a las órdenes de Mike Nichols, en Armas de mujer (1988). Entre medias, algo de televisión. Y antes de todo esto, teatro. Porque Spacey debutó en las tablas de Broadway en 1982. Y es que el escenario nunca ha dejado de tener importancia en la trayectoria de este magnífico actor.
Pero volvamos al cine. Su talento no pasaba desapercibido, y cada vez iba tomando más protagonismo. De villano en No me chilles que no te veo (1989) a participar en una película de alto contenido erótico como Henry & June (1990). Compartió cartel con Jack Lemmon en dos ocasiones: Mi padre (1989) y Glengarry Glen Ross (1992). Bajo las órdenes de Alan J. Pakula en Doble cuerpo (1992), de Ted Demme en Esto (no) es un secuetro (1994), o con su primer protagonista en El factor sorpresa (1994). Así pasó Spacey su primera etapa en el cine.
En su camino se cruzó llegó Bryan Singer y le regaló un papel a su altura. Sospechosos habituales (1995) le dio el Oscar como mejor actor de reparto. Con esa cara de no haber roto un plato, que puede esconder los más turbios secretos. Así es la ambivalencia de Kevin Spacey, que puede ser desde el tipo más bonachón hasta el más despiadado asesino. Y ahí está Seven (1995) para demostrarlo. Esos dos papeles supusieron el definitivo salto de calidad para este actorazo que ese mismo año participó también en el blockbuster Estallido.
Otra discutible película de clara vocación comercial (Tiempo de matar en 1996), en la que daba vida al típico fiscal sin escrúpulos precedía a otro buen año. En 1997 trabajó a las órdenes de ese mito viviente que es Clint Eastwood en Medianoche en el jardín del bien y del mal; y fue el contrapunto socarrón a los extremos de Guy Pearce y Russell Crowe en la magnífica L.A. Confidential.
Ya consolidado, en 1998 participó en otros tres filmes muy distintos entre sí. En Hurlyburly compartió protagonismo con Sean Penn, con una de aquellas películas indies que tanto se estilaban en la época (y que supuso el último trabajo cinematográfico de su director). En El negociador su compañero era Samuel L. Jackson, junto al que protagonizó una muy sólida cinta de acción. Y para rematar, puso voz a uno de los mejores malvados en la historia de Pixar, el Hopper de la maravillosa Bichos.
Y entonces llegó Sam Mendes con su ópera prima bajo el brazo. Y su Lester en American Beauty (1999) ya quedará en la retina como uno de los grandes personajes de final de siglo. Nadie como él representando la mediocridad del hombre de su tiempo. Su segundo Oscar, esta vez como actor principal. No podía ser de otra forma. Y otra vez explotando esa ambigüedad, esa cara inocente con interior oscuro.
Aquel fue su (de momento) techo en el cine. Nunca ha vuelto a repetir un personaje ni la mitad de interesante que aquél. Explotó su lado más amable en películas como Cadena de favores (2000), K-Pax (2001), o Atando cabos (2001). El más gamberro con su cameo en Austin Powers en miembro de oro (2002), y su participación en Fred Claus (2007). Intervención en thrillers que pasaron bastante desapercibidos, como Criminal y decente (2000), La vida de David Gale (2003), o Ciudad sin ley (2005). Incluso pudo ser otro villano mítico, el gran Lex Luthor, en Superman Returns (2006), película que le volvía a unir con Bryan Singer tras Sospechosos habituales.
Lo dicho, nada muy memorable. Pero Kevin Spacey es mucho más. Ha dirigido dos películas. Albino Alligator (1996) y Beyond the Sea (2004), biopic en el que él mismo daba vida a Bobby Darin. Y no nos olvidamos de que en 2003 fue nombrado director artístico del Old Vic londinense. En teatro ha seguido actuando con regularidad, incluyendo el montaje de Ricardo III dirigido por Sam Mendes, representado el pasado junio.
Cómo acabar con tu jefe y Margin Call nos lo han devuelto a la cartelera. Y en esta última podemos ver unas pocas gotas de la muchísima calidad que atesora este grandísimo actor.
Manuel Barrero Iglesias
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