Hacemos aquí un breve repaso de todo lo visto en las secciones paralelas del festival. The Artist y Le Havre ya las pudimos ver con motivo del Festival de San Sebastián, así que os remitimos a sus respectivas crónicas.
Loverboy. No es Catalin Mitulescu un total desconocido para el público español. Algunos recordarán Como celebré el fin del mundo (2006), película que se estrenó con años de retraso y que se acercaba al pasado reciente de Rumanía. Ahora el director se queda en la rabiosa actualidad, con el tema de la trata de blancas al fondo. Evitando el tremendismo, pero con una alarmante falta de pulso, el recorrido vital de este joven explotador (supuestamente) carismático nos interesa solo a ratos.
Beyond. La actriz Pernilla August debuta en la dirección con este largometraje que se adentra en los traumas de infancia no superados. Un sólido guión que se ve lastrado por los continuos flash-back que sirven para ilustrar el pasado. Mucho más interesante resulta el tiempo presente en su confrontación con el pretérito escondido.
Abendland. La noche es un espacio en el que cada vez más gente vive y trabaja. Este documental se ocupa de esas profesiones que hacen que la ciudad moderna no se pare nunca. Muchos de estos trabajos tienen la única compañía de la soledad y el silencio. Y así queda reflejado por Geyrhalter, que se limita a mostrar estos instantes en toda su monotonía, sin entrar en el terreno personal de estos moradores nocturnos.
El Zar. Eisenstein ya le dedicó un par de películas (que se han convertido en clásicos imprescindibles) a la figura del Zar Iván IV, conocido como el terrible. La película de Pavel Lungin se centra especialmente en su relación con el Metropolitano Philipp, consejero con el que mantiene una relación de gran respeto, pero que es el único que se atreve a discutir al Zar. Magnífico trabajo interpretativo y de ambientación para esta poderosa película.
Suicide Room. Curiosa película que integra la problemática habitual de la edad adolescente (falta de integración, desubicación) con internet, poderosa herramienta de comunicación entre los jóvenes. La peculiaridad viene por la utilización de fragmentos de animación que representan la comunidad virtual de este club de los suicidas. Es aquí donde el film resbala, usando con mucho mayor acierto las conversaciones en vídeo entre los adolescentes protagonistas.
The Island. Proyectada también en el pasado Festival de Sitges, esta película búlgara arranca de forma prometedora. Una pareja sobre la que planea todo el tiempo la sombra de una crisis, llega a una pequeña isla casi desierta, en la que el protagonista masculino se debe enfrentar a los fantasmas del pasado. Todo lo desarrollado en este escenario resulta bastante inquietante (por momentos recuerda a Shutter Island). Sin embargo, una vez que abandonan este paisaje, el film toma una deriva difícilmente explicable, y que sepulta todo el buen trabajo anterior.
Michel Petrucciani. ¿Se acuerdan de Michael Radford? Puede que el nombre no les suene, pero dirigió en 1994 El cartero (y Pablo Neruda). Desde entonces, poco destacable en la filmografía de un director que, como muchos otros, prueba suerte en el documental musical. No es su primera vez, ya que en 1980 dirigió Van Morrison in Ireland. En esta ocasión se acerca a la apasionante figura de Michel Petrucciani, pianista de jazz que murió a los 36 años, y que debido a la enfermedad que sufría apenas medía un metro de estatura. El material de archivo y las entrevistas actuales con los que le conocieron dan de sobra para mostrarnos una fascinante personalidad.
Tivla Ros. Película serbia en la que observamos las aventuras de un par de amigos adolescentes que se dedican a grabar tonterías al estilo Jackass. Con retrato de situación social al fondo (quizás demasiado al fondo), una película poco más que correcta sobre la adolescencia indolente.
Peter FM. Muy entrañable comedia romántica con su poso amargo, que basa gran parte de su encanto en la pareja protagonista. Aun con sus pequeños tópicos rondando, esta historia de dos almas perdidas que se conocen sin conocerse en el momento que más lo necesitan. Un paso hacia la madurez emocional que ambos dan en paralelo. No estamos ante una gran película, pero sí ante un divertido y poco pretencioso ejercicio de estilo.
Manuel Barrero Iglesias
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