Samuráis sin espada
Dentro de la variada oferta japonesa que ofrece Sitges, durante estos días hemos podido ver un par de propuestas protagonizadas por samuráis. En ambos casos, el harakiri es parte fundamental de la trama. Y en las dos, nuestros protagonistas quedan despojados del arma que da sentido a sus vidas. Ahí acaban las semejanzas de dos propuestas radicalmente opuestas.
Scabbard Samurai
Empieza como una absurda comedia esta película que acaba poniendo un pequeño nudo en la garganta. La premisa es delirante. Detenido por desertor, este samurái tiene que conseguir que el pequeño príncipe sonría (no lo hace desde la muerte de su madre). Treinta días es el plazo dado, y un intento por día.
Gran parte del film se centra en mostrarnos los patéticos intentos de un maduro ex-guerrero intentando conseguir una misión que parece casi imposible. Entre las risas que sí provoca en el espectador, se esconde el drama. Porque nos reímos de él (de sus fracasos) y no con él. Y porque tiene una hija (por cierto, impresionante la joven actriz) que le repudia.
Poco a poco, el film se vuelve más dramático y sentimental. El humor deja paso a la emoción provocada por el apoyo de todo un pueblo a un señor antes repudiado. Quizás excesivamente azucarado y melodramático, cierto es que también consigue momentos de innegable belleza.
Los que nos las prometíamos felices con una parodia sobre samuráis, nos llevamos un pequeño chasco. Siempre se agradece que los temas solemnes se traten desde perspectivas distanciadas a través del sentido del humor. Pero ni en Scabbard Samurai desaparece del todo el peso de la trascendencia.
Hara-Kiri: Death of a samurai
Una trascendencia que desde el inicio cae sobre esta película de Takashi Miike. Unos minutos iniciales portentosos, en el que sufrimos uno de los suicidios más angustiosos de los que hayamos podido ver en pantalla. Y ahí está prácticamente todo contado.
Luego, vienen las explicaciones (demasiado metraje) que acercan a Miike a esquemas más clásicos, entrando de lleno en algo muy parecido al cine social. Necesario, pero innecesariamente alargado. Aunque el japonés demuestra que también sabe ponerse serio y profundo. Un reposado ejercicio que ahonda en ese concepto tan vago que es el honor.
Lo más decepcionante, un epílogo en el que el director mete una secuencia que parece directamente sacada de 13 asesinos. Una secuencia que, además, no aporta nada al conjunto de una película que ya es bastante emocionante sin la necesidad de meter acción porque sí.
Y, por cierto, que alguien me explique qué pinta el 3D aquí.
Manuel Barrero Iglesias
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