Encaramos la recta final del festival, y cada vez resulta más complicado ver alguna película destacable en la sección oficial. De las cuatro que tuvimos la ocasión de ver ayer, sólo una digna de formar parte de la sección oficial de San Sebastián.
Sección oficial
11 flowers nos lleva a la época de la Revolución Cultural china a través de la mirada de un niño que vive en una zona rural del gigante asiático. Es esa mirada infantil lo que otorga a la película sus mejores momentos. Un trabajo lleno de sensibilidad y buen gusto; donde el pequeño protagonista irá descubriendo, sin quererlo, las complicaciones de la vida. Sin partidismos ni obviedades; la convulsa época nunca aparece en primer plano pero siempre está presente.
Sin duda, una de las películas más redondas que hemos visto en la competición, lo que habla no muy bien del nivel general. Ya que no hablamos nunca de una gran obra, sino de una íntima película muy bien contada, pero poco más.
Los Marziano es una tragicomedia que cumple con la inevitable cuota de cine argentino en el festival, pero que uno no se explica muy bien qué hace aquí. Película sobre hermanos distanciados, de las que ya hemos visto infinidad de ellas, pero que no aporta nada destacable. La película avanza sin pena ni gloria entre sucesos que no interesan lo más mínimo, personajes grises, y una narrativa de lo más plana y convencional.
La sueca Happy End se atreve con el tema del maltrato doméstico, en un film de historias paralelas de seres desgraciados que se cruzan unos con otros. Lo más meritorio es una construcción de personajes que los hace muy humanos. Por el contrario, al pobre guión se le ven las trampas y las costuras a leguas. Así, la buscada sensación de realismo se queda en una defectuosa construcción de endeble andamiaje.
Por último, la portuguesa Sangre de mi sangre promete mucho en un magnífico arranque para ir degenerando hacia un producto perfectamente prescindible. Empieza el film y nos atrapa su certero retrato de la periferia de Lisboa; sus edificios y sus gentes. Y unas primeras secuencias, repleta de largos planos, que presentan los personajes de manera impecable.
Hay también muy buenas intenciones en el uso de recursos que le tratan de dar más verdad aún al film. La pantalla partida por la mitad de forma natural, con esas conversaciones simultáneas, es un muy loable intento de llegar al espectador. El problema es que la pericia del director no consigue darle la naturalidad necesaria a un truco al que se le nota demasiado el esfuerzo por resultar creíble.
En la parte final, el film hace aguas de forma definitiva, al entregarse a una espiral melodramática y escabrosa que acaba por devorarse a sí misma.
Zabaltegi
Menos mal que tenemos las Perlas para alegrarnos el día. El finlandés Aki Kaurismäki nos trae Le Havre, su primer largometraje rodado en francés (y en Francia), aunque sus códigos no cambian nada. Los diálogos siguen siendo pronunciados de esa forma tan característicamente abrupta; con esa frialdad en la puesta escena, que mantiene la misma tonalidad cromática de su filmografía. El actor francés André Wilms capta perfectamente la esencia de los protagonistas masculinos del cine de Kaurismäki, dándole ese toque tan característico.
Triste y alegre a la vez, la película habla de temas como la inmigración o el umbral de la pobreza a través de una sutilidad envidiable. Y siempre, con la perspectiva de la solidaridad como eje principal. Una película amable, pero no edulcorada.
Manuel Barrero Iglesias
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