Recuerdo que la primera vez que me cautivó la angelical Rose Byrne fue en ese despropósito llamado Sunshine. Es posible que la baja calidad del film hiciera que mi atención se centrara mucho más en ella, pero lo cierto es que brillaba con luz propia (junto al también estupendo Cillian Murphy).
Pero antes de esto ya había aparecido en algún pequeño papel dentro de grandes producciones, como Troya o Star Wars: Episodio II – El ataque de los clones. En 2006 Sofia Coppola le dio la oportunidad de ser la Duquesa de Polignac en la controvertida versión de María Antonieta. En ese mismo año, intervino en The Dead Girl, película en la que le tocaba sufrir por una hermana desaparecida años atrás
A Byrne le quedan bien los personajes de aparente fragilidad, pero de gran fuerza interior, que se enfrenta a situaciones extremas. Así, le ha tocado enfrentarse a, no una, sino dos situaciones apocalípticas. En la desasosegante 28 semanas después tenía mucho más margen para demostrar su talento que en la más efectista Señales del futuro, en la que tenía que defender un muy desdibujado personaje.
Hace poco la hemos visto teniéndose que enfrentar a seres sobrenaturales en Insidious, donde volvía a mezclar su imagen delicada con una fortaleza admirable. También este año la hemos visto como la doctora Moira MacTargert en X-Men: Primera generación.
Casi siempre personajes de exquisita integridad. Por eso, supone un enorme placer verla en un registro tan distinto como el de La boda de mi mejor amiga, Byrne demuestra su versatilidad al bordar un papel que es a la vez cómico, odioso, entrañable y patético.
Pero siempre encantadora. Porque Rose Byrne es, sencillamente, adorable.
Manuel Barrero Iglesias
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