Dirección: Rupert Wyatt.
Intérpretes: James Franco, Freida Pinto, John Lithgow, Brian Cox, Andy Serkis.
Guión: Rick Jaffa, Amanda Silver,
Música original: Patrick Doyle.
Fotografía: Conrad Buff IV.
Montaje: Mark Goldblatt.
Idioma: Inglés.
Duración: 105 minutos.
Experimento satisfactorio
El tiempo ha convertido la imagen de Charlton Heston gritando aquello de: “¡Yo os maldigo a todos!”, frente a la Estatua de la Libertad al final de El Planeta de los simios en un icono del cine sesentero y, por extensión, a esa obra de Franklin J. Schaffner (Patton, Los niños del Brasil) en todo un clásico menor. Nada menos que cuatro secuelas de corte mucho menos interesante, y un innecesario y reciente remake siguieron la estela del film original.
Más de tres décadas después Hollywood nos plantea recuperar la idea primigenia de la saga con la ocurrencia de retrotraernos al motivo que pudo llevar a un grupo de monos a tomar el control del planeta Tierra. Así contado el invento sonaba a una de esas ocurrencias de algún guionista aburrido incapaz de producir nada más interesante. Sonaba a producto prefabricado propio de un taquillazo veraniego de consumo fácil.
Para el comentado encargo la 20th Century Fox contrató a Rupert Wyatt, un tipo de quien tan sólo se conocía su anterior The Escapist. Pues bien: el señor Wyatt se nos ha destapado con un trabajo muy efectivo y poderoso por momentos pero, en el fondo, contenido, al no querer ir más allá de plantear (en unos treinta últimos minutos brillantes) el surgimiento de un levantamiento controlado y puntual de aquellos simios “infectados” en la ciudad de San Francisco, liderados por un tal César (un lucidísimo Andy Serkis escondido, nuevamente, tras una estupenda labor de infografía), contra los humanos que les sometían.
La propuesta resulta fascinante porque sabemos que aquello que vemos desembocará en la historia ya contada por Schaffner. Queda la duda, más tras corroborar el buen funcionamiento general en recaudación, si para llegar a dicha conclusión la industria hollywoodiense hará un par de paradas más en busca de nuevos ingresos. Sería una lástima ya que esta película llega, desde mi punto de vista, justo hasta donde debe. La imaginación, cual elipsis gigantesca, nos debe trasladar directamente a la cinta rodada en 1968.
Se le puede acusar al guión de ser algo facilón, en demasiadas ocasiones, en la búsqueda de excusas o razones (lo de la cura del Alzheimer y ese padre que aparece y desaparece resulta de lo más obvio) pero creo que es mejor quedarse con una realización esmerada en cuidar la forma en la que la inteligencia va brotando en el simio protagonista y en cómo éste avanza en la manera de comunicarse con sus mismos especímenes cuando aún no han dado el paso de ser seres más avanzados intelectualmente. Son momentos de cine casi mudo, por no contener palabras, y el director los resuelve con inmejorable soltura, sin hacer aburrida la acción contada en ningún instante.
Hay mensajes evidentes (tal vez demasiado) detrás del comportamiento de César. Mensajes que nos hablan no muy bien del carácter profundo del hombre en el tiempo actual. Como reflexión tampoco está de más. La esencia está en recordadnos hasta qué punto el egoísmo individual o colectivo nos puede llevar a enfrentarnos a nuestra propia extinción.
Muchas veces se ha dicho que si el ser humano desaparece es bastante más posible que sea debido a la aparición de algún ser microscópico contra el que no podamos luchar que por la caída, por ejemplo, de un nuevo meteorito sobre el globo terráqueo. Si eso sucediera es probable que una nueva especie tome las riendas de nuestro mundo. El origen del planeta de los simios nos plantea que esa especie pueda ser un “monstruo” creado por nosotros mismos, que se rebele contra todo y contra todos. Ojalá nunca lleguemos a merecérnoslo, aunque, repasando los libros de historia y contemplando ciertas situaciones del presente en que vivimos, cueste ser optimista.
Lo que pudo ser un rebuscado experimento estival sin gracia ni interés alguno, se termina convirtiendo en un filme que se toma muy en serio, que se toma en serio al espectador y que concluye dejando cierto poso construyendo algunas imágenes de estudiado calado. Veremos si la frase final del simio César llega a dejar una huella similar a aquellas de Mr. Heston con las que comencé mi comentario. Es posible que no, pero al menos a mí, se me erizó hasta el último de mis cabellos.
Jorge R.
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