Dos recientes estrenos nos regalan la siempre gratificante presencia de Sigourney Weaver, aunque los productos no estén a su altura (y no lo digo precisamente por su 1,80): Convención en Cedar Rapids y Paul. Con esta última queda demostrado que la Teniente Ripley sufre todavía un síndrome de Estocolmo de aúpa a causa de su experiencia con los aliens.
Sigourney rompió moldes en 1979 al ponerse al frente de la Nostromo. Ridley Scott tuvo la inteligencia (esa que perdió hace unos 20 años) de ofrecer a una actriz un papel tradicionalmente de hombres: un guerrero, un superviviente a prueba de reinonas alienígenas. A cambio, una pequeña concesión machista con minibraguitas (ya míticas) incluidas, pero, pelillos a la mar, el caso es que la Teniente Ripley se convirtió en un icono como su 'talentoso' tocayo en la literatura (el cine aún le debe mucho al personaje creado por la genial Patricia Highsmith). Hasta tres veces más ha encarnado el rol que le dio la fama: con James Cameron, que cambió acción por suspense (¿acaso sabe hacer otra cosa?), y con David Fincher y Jean Pierre Jeunet, quienes, directamente, jodieron el invento.
Aunque no le haga falta, porque esta interesante actriz se mueve igual de bien por la comedia, el thriller o el drama, nunca ha abandonado su pasado marciano y vinculado a la ciencia ficción: Héroes fuera de órbita, Avatar, Wall-e y hasta Futurama saciaron su nostalgia fantástica y parece que continuará por esta senda en un futuro (temerario) al incorporarse a la tercera parte (¡!) de Cazafantasmas.
Pero Weaver es mucho más que Ripley y tras verla en la tremenda y magistral La tormenta de hielo y las interesantes Mi mapa del mundo y La muerte y la doncella, deja poco margen a las dudas sobre su valía como actriz dramática y elegante. Impresiona la fuerza que emanaba en estas tres cintas, en las que la muerte y la tragedia campaban a sus anchas,
También brilló en El año que vivimos peligrosamente junto a un joven y bello Mel Gibson, dirigida por el notable Peter Weir; se enfrentó con corrección a un bicho peor que mamá Alien en Copycat, uno de los productos más dignos tras el boom psicopático que generó Seven; e hizo una gran pareja con el (siempre magnífico) William Hurt, rozando de nuevo la fantasía de la mano de Shyamalan en la incomprendida El bosque.
Aunque parece que la actriz tiene un espíritu cachondo; no en vano su debut fue una de las mejores comedias (¿o era drama?) que ha parido el cine, Annie Hall. Lástima que haya hecho bastantes boberías en este género: Dave, presidente por un día, Lío en La Habana, Las seductoras, ¿Otra vez tú?, hasta algo dirigido por Tim Allen (¡!), de las que se salva por haber participado en la entrañable Rebobine, por favor y en una película de los visionarios Phineas y Ferb.
Sigourney Weaver ha sobrevivido al efecto Ripley en su carrera, aunque le persiguen los papeles de mujer fuerte; aparte de las mencionadas, ha sido Dian Fossey, la defensora de los gorilas con trágico final y ha encarnado a dos reinas de rompe y rasga: Isabel la Católica en 1492 (una de las tantas tonterías de Ridley Scott) y a la malvada madrastra de Blancanieves.
En definitiva, es un espíritu entre guerrero y cómico. Precisamente el que marcó uno de los mejores papeles de la actriz, de los primeros de su carrera. Armas de mujer, pese a las críticas aguafiestas que la acusan de ser una comedia típica de los 80 que ha envejecido fatal, es una cinta con encanto, chispa, una canción portentosa y, sobre todo, un reparto en estado de gracia. Nunca Melanie Griffith estuvo más adorable, ni Harrison Ford más comestible y, como guinda, estaba Sigourney, una malvada e histriónica ejecutiva dispuesta a reventarles la historia de amor a su secretaria y a su ex novio. Todo acaba como en los cuentos de hadas, con el príncipe y la princesa comiendo perdices y la bruja derrotada; un final sin duda fantástico, como nuestro personaje de hoy.
Isabella Della Sicilia
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