John C. Reilly comenzó a hacerse un nombre en Hollywood cuando unió su carrera a la de Paul Thomas Anderson, con el que colaboró en Sidney, Boggie Nights y Magnolia. Hasta ese momento había aparecido en películas de nivel pero en roles secundarios de escasa importancia. Tras el éxito de crítica obtenido, principalmente por su papel en Magnolia, las oportunidades comenzaron a llegarle, consiguiendo estar en tres de las cinco películas nominadas a los Oscar de 2002. Chicago, Gangs of New York y Las horas fueron películas irregulares - únicamente la tercera de ellas acabó por convencerme- que le otorgaron el estatus de secundario de lujo, hecho que ostentó posteriormente en un par de películas con directores de renombre, repitió con Scorsese en El aviador y estuvo en la película póstuma de Robert Altman – El último show -, para más tarde embarcarse casi exclusivamente en películas cómicas o cintas que combinaban el drama con la comedia.
Aunque los dramas le otorgaron prestigio, ha sido en la comedia donde ha acabado por explotar, donde se ha convertido en un actor conocido por el gran público y donde ha podido desarrollar otras facetas de su trabajo, participando en guiones – Hermanos por pelotas – y bandas sonoras – Chicago, Dewey Cox: una vida larga y dura o nuevamente en Hermanos por pelotas.
En los últimos años especialmente fructífera ha sido su asociación con sus grandes amigos Will Ferrell y Adam McKay, con los que ha firmado dos de las comedias más gamberras y desternillantes de los últimos años. Pasado de vueltas y, nuevamente, Hermanos por pelotas son películas que se han convertido prácticamente en cintas de culto, tanto que ya se habla de una segunda parte para esta última.
Junto a este tipo de comedia, Reilly ha aparecido en comedias de muy dudosa calidad como Ejecutivo agresivo o Algo prestado, comedias dramáticas independientes de medio pelo como The extra man y El año del perro, cine fantástico, que de fantástico sólo tiene el género, como El círculo de los extraños o un drama de época fácilmente olvidable como El libertino.
Demasiados traspiés en los últimos años como para no tenerlos en cuenta. Surgen dudas acerca de la capacidad de Reilly a la hora de seleccionar los trabajos en los que se embarca, aunque la reciente, e inesperadamente estimulante, Cyrus y proyectos pendientes de estreno en nuestro país como la nueva película de Roman Polanski – Un dios salvaje –, Terri – drama independiente que ha cosechado muy buenas críticas hasta el momento - o lo último de Michael Arteta – Convención en Cedar Rapids -, hacen que mantengamos la esperanza en este versátil actor que convence en todos los registros y que a poco que sea selectivo, puede tener una filmografía envidiable en pocos años.
David Sancho
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