Dirección y guión: Mike Mills.
Intérpretes: Ewan McGregor, Christopher Plummer, Mélanie Laurent, Goran Visnjic, Mary Page Keller.
Música original: Roger Neill, Dave Palmer, Brian Reitzell.
Fotografía: Kasper Tuxen.
Montaje: Oliver Bugge Coutté.
Idioma: Inglés, francés.
Duración: 105 minutos.
Nunca es tarde...
Sin haber leído ninguna información previa sobre esta película, ya se intuye su fuerte componente autobiográfico. Más aún, si sabemos que entre las variadas ocupaciones del multidisciplinar Mike Mills se encuentra la de grafista (profesión del protagonista de este film). Efectivamente, cuando uno lee sobre el proyecto (particularmente prefiero hacerlo después de ver una película, para acudir lo más “virgen” posible al visionado de la misma), confirma que el señor que interpreta Christopher Plummer está basado en el padre del propio director. Un hombre de 75 años que sale del armario, tras la muerte de su esposa, y 45 años de matrimonio.
Y se nota lo personal del material en un tratamiento tan honesto como respetuoso y lleno de cariño. Mills consigue que su película hable de temas universales, a partir su caso particular. Temas como la enfermedad, el amor, la muerte, la homosexualidad, la mentira, la felicidad…Beginners diversifica mucho sus miradas, explorando en varias direcciones. Con la intención de abarcar mucho terreno. Y bien que lo consigue.
La autenticidad comienza a través de Hal (conmovedor Plummer), cuyo personaje se aferra con firmeza al “nunca es tarde...”. Una creación que se aleja de la caricatura para entrar de lleno en la humanidad. Incluso cuando se tiene que enfrentar a una enfermedad terminal que amenaza con truncar su nueva vida, la naturalidad domina sobre el melodrama. A todo esto contribuye, la relación con el personaje que interpreta Ewan McGregor, especie de alter ego de Mills, e hilo conductor del film.
Él es el elemento común entre las dos historias que suceden en espacios temporales distintos, pero que el autor alterna en un magnífica labor de montaje; en la que también hay breves pinceladas de una tercera línea temporal. La infancia de Oliver, en la que nunca vemos la cara de su padre, y sí el decepcionado rostro de su madre, que vive en la perpetua mentira. Es esclarecedor observar el contraste intergeneracional a la hora de afrontar la vida. Por un lado, la generación anterior, capaz de aguantar una relación basada en el autoengaño y la infelicidad. Y del otro, la generación actual, incapaz de mantener relaciones duraderas, a pesar de encontrar algo muy parecido a un alma gemela.
Por cierto, tremenda química entre McGregor y Mélanie Laurent, protagonistas de una muy sentida historia de amor. No sabemos si ésta es también autobiográfica (Mills, obviamente, no lo reconoce públicamente), pero lo que sí sabemos es que desprende tanta, o más, autenticidad que la relación paterno-filial.
En última instancia, la influencia de un momento en el otro es decisiva. Hablamos de la inspiración que supone para Oliver la forma en que su padre vivió sus últimos años. La incapacidad emocional para relacionarse con el mundo resulta algo más autoimpuesto por el subconsciente, que algo real y tangible. Es reconfortante saber que la gente puede influir y enseñar a los demás; en el momento más inesperado, y de la forma más sorprendente. Y es curiosa la visión de esa figura paterna, físicamente presente en la infancia, pero ausente como tal. Y como su papel una vez desaparecido es mucho más vital, que en las tres o cuatro décadas anteriores.
La clave está en apenas cinco años, el tiempo en el que un principiante de 75 años comenzó a vivir de verdad. Ese período clave que no sólo cambia la vida del propio individuo, sino que también transforma la de otros. Una película que retrata de forma certera el antes, el durante, y el después; a través de un sólido guión, un montaje impecable, y unas interpretaciones muy cercanas.
Manuel Barrero Iglesias
Totalmente de acuerdo. Una película muy recomendable, sincera y con grandes interpretaciones.
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